EL CÓDICE DEL SANTO VOTO I

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Puertollano Magazine

Ecoembes

25Mayo 2020
EL CÓDICE DEL SANTO VOTO I
Un cuentecillo a la manera de Dan Brown De Benjamín Hernández Caballero que apareció en La Comarca de Puertollano. Dedicado a los y las profesionales de la comunicación en Puertollano. Cualquier parecido de los nombres de los protagonistas con la realidad es puramente intencionado. Aunque muchas y muchos no trabajan ya en los medios periodísticos actuales, siguen siendo las y los destinatari@s de estas desenfadadas líneas.
¿Por qué me llamarían a mí para enseñarme aquel trozo de pergamino putrefacto y amarillento? ¿Por qué tendrían que complicarme la vida cuando estaba tan tranquilo en el Puerto de Santa María? Cuando los contratiempos quieren llegar, llegan. Y no hay nada ni nadie que les pueda detener. Yo creía no tener ninguna papeleta para que me amargaran el resto de mi existencia. Sin embargo, ahora, al cabo de varios años, comprendo que las tenía todas.
           
Aquel hombre, bajito y con un sorprendente parecido con Julian Intuition, me abordó. Llegaba sofocado a la barra del restaurante y me dejó sin respiración cuando me dijo que me conocía. De nada me habían servido las dos operaciones de cirugía estética, la renuncia a los macarrones, la dieta de Estraperlo ni el pilates. Seguía estando lo suficientemente gordo como para que no me creyeran. Se me atragantó la tortilla de camarones que deglutía apresuradamente.
           
Aunque parecía mentira, le enviaba el jefe del clan rival, Xavier Flowers, sabedor de que yo era el único que podría entender el cifrado manuscrito. Pero él siguió entrenando mutantes.
           
Me bastó mirarlo para ver que necesitaba la ayuda de un especialista. Así lo pensó también mi compañera de comando, Ritis Churches, que le arrebató el legajo y me sacó corriendo, metiéndome prisa, como siempre. Nos recogieron Angel Brown y Marius Coacher, para trasladarnos a toda prisa a las óndulas episcopalianas, donde J. M. Rosmarinus dijo que no podía ayudarnos. Pero estaba él. Tampoco le habían dado resultado los cientos de dietas y regímenes. Pero sabíamos que lo sabía. Él también sabía que sabíamos que lo sabía, pero lo disimuló muy bien cuando llegamos.
           
“Con que tú eres él” dije yo demostrando que soy capaz de hablar sin decir nada como algunos (casi todos) los políticos.
           
“Claro que soy yo”, me dijo.
           
Era Victorienne Moroux, el gran ufólogo. Enseguida adoptó la postura del Hombre de Vitrubio. Yo también lo hice. Resultaba algo grotesco, lo reconozco, pero era la forma de identificarnos como miembros de la misma logia gastronómica.
           
Ritis preguntó que qué diantre tenía que ver Leonardo con el cacho de pellejo momificado. Convinimos todos en que Ritis siempre estaba demasiado apegada a la realidad. Y le regañamos por eso. Aunque Anne Barcelín la defendió.
           
De repente vimos a Pil del River Manzanares, la fotógrafa espía del Clan de los Picotazos. Seguro que iba corriendo a decírselo a la suprema sacerdotisa, Francis Marriaged, que nos iba a recibir rápidamente.
 
Marriaged oficiaba junto a sus acólitos, Marcus Bernard y Curruca
Rodrigo, que nos atacaron sin demasiada hostilidad. De hecho, acabamos tomando unas horchatas.
 
“Moja el pergamino en el granizado” dijo Moroux, y le hice caso. La verdad es que el olorcillo que desplegaba la reliquia resultaba apetitoso, pero evité comerme lo que resultaría el más terrible secreto.
 
Como las noticias vuelan, pronto llegaron los chicos Lanzados: Grace G., Blanche Hache y Eugene White. Las muchachas fueron las primeras en darse cuenta de que aparecían unos símbolos horchateados en el papiro.
 
Salimos disparados hacia la otra logia de la competencia. Jean Raymond y The Two Franciscus procesaron rápidamente los trozos pegajosos del escrito en los superordenadores de Quijote’s Broadcasting. Pero no obtuvimos ningún resultado. Tampoco en Oretany Times, donde ni Franz Steel ni Jules Servant fueron capaces de decir nada.
 
El Gran Maestre de nuestra orden, Frederick Rock, dijo que como en casa en ningún sitio y nos trasladamos a la Súper Sede de la Gran Cadena. De camino vimos a los amigos de Channel Fifty Six, Frank y Lewis, que nos quisieron disuadir. Pero claro, era para dar ellos la novedad, si es que la había.
 
El ruidoso Servidor Multimedia Mass – Mediático, no tardó en empezar a arrojar datos. No tengo aliento para contarlos, así que paso a reproducir el informe informático en su forma:
 
  • Piel bovina o caprina. Curtida y afinada.
 
  • Carbono 14: fechable en la primera mitad del siglo XIV.
 
  • Escrita con una tinta de pésima calidad, con caligrafía de alguien enfermo, como de peste bubónica.
 
  • Efectivamente, fósiles de los bacilos aparecen en una huella dactilar.
 
  • No está cifrado.
 
  • Es castellano de la primera mitad del siglo XIV.
 
  • Castellano – manchego, para ser exactos.
 
  • La palabra clave para hablar del mancheguismo es la de “encá Theresa”.
 
  • El pergamino se fabricó en el Valle de Alcudia.
 
  • El texto se redactó y escribió en Puertollano o Almodóvar del Campo.
 
  • TEXTO:
 
Después de avernos reunido encá Theresa, muxer de Anthonio, con la congoxa de ver morir a tantos que únicamenthe restamos threce famillas nos ayuntamos en la hermita de la Santissima Verge Maria Plena de Grazia, y vothamos hazer una grand comida pro todos vezinos e pelegrinos allegados una vez en cada anno per saecula saeculorum.
 
            En el Puerto Llano, reyno de Toledo, en el apno del senyor de 1346”.
 
No podíamos creerlo. Era el códice del Santo Voto. Luego venían las firmas, que no coincidían con las de quienes dicen ser descendientes, claro está. Todos estábamos radiantes de alegría.
 
            De repente, Helen Double Camera y Alphonse Somso gritaron horrorizados. “Mirad la fecha”. Así lo hicimos. ¡1346! Dos años antes de la fecha oficial. Esto podía ser el fin. No podíamos cargarnos la declaración de Fiesta de Interés Turístico Regional. Menos aún impedir que se lograra el Interés Nacional. Marble Pecus llegó con su cámara. Le acompañaba Patch Llanos.
 
Eran los Templarios, lo que no disimulaban con sendas cervezas enormes en las manos. Les acompañaba la prelada de los oficios Mirinda Martín.
           
Nos arrebataron el Códice sin que opusiéramos resistencia. Nadie más volvió a saber de él.
           
Todos adoptamos la pose del Hombre de Vitrubio. Ritis volvió a preguntar qué demonios tenía que ver Da Vinci con nosotros. Pero cruzó los brazos y sonrió como la Gioconda.
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