EL CODICE DEL SANTO VOTO II

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Puertollano Magazine

Ecoembes

26Mayo 2020
EL CODICE DEL SANTO VOTO II
Segunda entrega de este apasionante cuentecillo a la manera de Dan Brown De Benjamín Hernández Caballero Dedicado a los y las profesionales de la comunicación en Puertollano. Cualquier parecido de los nombres de los protagonistas con la realidad es puramente intencionado. Insisto en que muchos ya no están e incluso se dedican a otros menesteres y menesteras. Pero os quiero.
Evidentemente tuve que hablar con mis amigos. Algunos no me hablaban, como Xavier Flowers, con toda la razón del mundo. Desde el otro extremo, tampoco me hablaban ni Julian Intuition, ni J. C. Pixar, por haberles involucrado en un asunto que no querían de ninguna manera. Además, visto el documento, J. C. Pixar no aparecía por ninguna parte. Alguien o algo los había borrado. Volvíamos a tener un conflicto ¿o no?
 
¿Por qué me llamarían a mí para enseñarme aquella manipulación tan dolorosa? ¿Por qué tendrían que complicarme la vida de nuevo cuando estaba tan tranquilo en Cabezarrubias del Puerto? Lo diré de nuevo: Cuando los contratiempos quieren llegar, llegan, y no hay nada ni nadie que les pueda detener. Sólo ahora, al cabo de un mes, comprendo que tengo una suerte pésima con todos los compañeros de los Grandes Comandos Locales y comarcales de la Información Secreta. Dicen que me quieren, pero no sé, no sé.
 
            Aquel hombre alto y gordo ocultaba su rostro tras un triángulo toscamente recortado del periódico La Comarca. Lo había puesto en forma de pico bajo sus gafas y bebía inmoderadamente ora cerveza, ora un raf de ginebra nacional con cola. Pegado, casi desmadejado sobre la barra, su enorme corpachón se conmocionó y conmocionó el piso de la taberna y me dejó sin respiración cuando me dijo que me conocía. Volvía a comprobar con amargura que de nada me habían servido las dos operaciones de cirugía estética, la renuncia al tocino ibérico con pan moreno ni los millones invertidos den Incorporación Dermoplástica. Seguía estando lo suficientemente gordo como para que me conocieran a pesar de las gafas de sol con doble acristalamiento que llevaba. Se me atragantó la tapa de patatas con pimientos que devoraba con una pasión de aguilucho lagunero.
 
            -Yo soy el que soy- exclamó con voz de barítono mientras encendía un puro horrible con una cerilla de 1.978.
 
            Y, efectivamente, era él. Albert J. Lamber. Y se lo dije.
 
            -Tú eres Albert J. Lamber. Me ha bastado mirarte pará saber que estaba ante ti mismo.
 
            Se despojó del pico de periódico y adoptó la postura del hombre de Vitrubio. El pequeño bar se estremeció de nuevo. Lo volvió a hacer cuando yo hice lo propio para corresponderle. Albert J es el Gran Maestre de mi logia gastronómica G –ases en su versión de P-2.
 
            Rápidamente me descubrió la verdad, o sea, la mentira. “El códice del Santo Voto es falso. El verdadero está en las garras de J. C. Pixar. No tiene nada que ver con los de los dibujos virtuales”.
 
            Esta última aclaración no era necesaria en absoluto, pero siempre tenía que demostrar que era el Gran Maestre y que sabía mucho de cine. Pero no le dije nada. Después llegó el Gran Combo de la Orden, Andrew Usher, y nos entregó las hipotecas.
 
            Ritis Churches, nos llevó en su coche a velocidad de vértigo. Dejamos a los maestres y recogimos a los templarios. Marble Pecos se acercó visiblemente cabreado por los problemas para estrenar su documental, mientras Patch Llanos tomaba de la mano a Nury Bride.
 
            Muy pronto se nos unió Victorienne Moroux, que pasó de adoptar la postura del hombre de Vitrubio porque era muy incómodo en un auto en el que ya iban seis o siete personas más.
 
Ritis preguntó que qué diantre tenía que ver Da Vinci con este nuevo capítulo del códice. Estacionamos sin hacerle caso y nos unimos a Martha Moyc y a Alphonse Somso, que también estaba declarándose a su Maru Bride.
 
Llegamos como una exhalación a Intuition Inc. Julian había inmovilizado a Pixar. Le ayudaban Marius Coacher y Bustamanty Charlie.
 
Asustado al verme llegar, nos entregó el nuevo códice. Era un pellejo más repugnante que el anterior. Se veían claramente los bubones.
 
De vuelta en la Gran Cadena de los Seres Máximos, introdujimos el pergamino en nuestro aparato.
 
El ruidoso Servidor Multimedia Mass – Mediático, no tardó en empezar a arrojar datos. Tampoco tengo aliento para contarlos, así que paso a reproducir el informe informático en su forma:
 
  • Piel humana curtida a toda prisa.
 
  • Carbono 14: fechable en la primera mitad del siglo XIV.
 
  • Escrita con sangre, sudor y lágrimas, con una caligrafía de alguien enfermo, como de peste bubónica. Era un tatuaje.
 
  • No está cifrado.
 
  • Es castellano de la primera mitad del siglo XIV.
 
  • Castellano – manchego, para ser exactos.
 
  • La palabra clave para hablar del mancheguismo es la de “más acabados que la mina de la Pepita”.
 
  • El pergamino se fabricó en el Valle de Alcudia.
 
  • El texto se redactó y escribió en Puertollano o Argamasilla de Calatrava.
 
TEXTO:
 
Después de avernos reunido encá Isidora, muxer de Joseph, con la congoxa de ver morir a tantos que únicamenthe restamos cathorce famillas nos ayuntamos en la hermita de la Santissima Verge Maria Plena de Grazia, y vothamos hazer una grand comida pro todos vezinos e pelegrinos allegados una vez en cada anno per saecula saeculorum.
            En el Puerto Llano, reyno de Toledo, en el apno del senyor de 1346”.
 
No podíamos creerlo. Era el códice del Santo Voto. Luego venían las firmas, que esta vez sí coincidían con las de quienes dicen ser descendientes, claro está. Todos estábamos radiantes de alegría.
 
Pixar se había soltado de sus apresadores y nos quitó el documento extraordinario.
           
-No lo sacaréis de aquí mientras yo tenga vida- gritó.
 
Yo paralicé con mi mirada a mis compañeros. “Dejadle marchar, eso no puede publicarse”.
 
Ponía cathorze, catorce, no trece, eran las familias. Una de ellas había sido ninguneada.
 
Los Templarios, de nuevo, nos arrebataron el códice. Lo diluyeron en sus cubatas y se lo bebieron. Nadie más volvió a saber de él.
 
Todos adoptamos la pose de la Última Cena. Ritis volvió a preguntar qué demonios tenía que ver Da Vinci con nosotros. Pero se recostó sobre mi hombro como la Magdalena.
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