Argamasilla de Calatrava

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16Agosto 2019
Argamasilla de Calatrava
Estamos unidos con Argamasilla de Calatrava desde tiempos remotos. Eran los años del Dámaso Alonso, cuando venían los autobuses con un puñado de personas que habrían de ser importantes. Eran hijas e hijos de labradores y hortelanos, tenían la belleza montaraz de lo cercano pero cubierto por la naturaleza de los baldíos en los que se criaban, no solamente rábanos, sino hortalizas exquisitas que llenaban los platos de Puertollano. En la terraza del Mercado Municipal de Abastos, los cultivadores de Almodóvar del Campo, Villamayor y Argamasilla de Calatrava, ponían sus estaribeles llenos de berenjenas, tomates, habichuelillas verdes y coles de Bruselas, que se habían atrevido a criar en contra del propio sentido común. Hoy los y las zombies pululan por la madrugada rabanera sin dejarnos olvidar lo que fueron tantos y tantas estudiantes que han dejado en lo excelso sus muchas razones para esperar, tanto de ellas como de ellos, el mejor lugar de la ciencia, la literatura, el teatro y las artes en general. Quienes no estén orgullosas y orgullosos de semejante altura en lo divino, se olvidan de lo que muchas personas supimos imaginar en semejantes seres, compañeras y compañeros llenos de inspiración y de futuro.
Al cabo de tanto tiempo, recuerdo todavía los múltiples resortes que tocaban vecinas y vecinos, compañeras y compañeros que llegaban en la viajera de los estudiantes al “Dámaso Alonso”. Algunos empezamos a estudiar al cabo de los tres primeros años del Nuevo Testamento Bachiller, que había transformado las reválidas en el BUP, Bachillerato Unificado Polivalente, en el que tendríamos que afrontar los tres años tras los que habría que afrontar la Selectividad.

Muchas y muchos llegamos allí por no haber aprobado en junio. Sigo recordando las matemáticas como una tragedia en la que mis padres, superando la propia pobreza y su miseria económica, me pagaron clases particulares ante ese septiembre tremendo en el que ya habíamos perdido el privilegio de seguir la segunda enseñanza en el “Fray Andrés”. Aprobamos por fin en los alrededores del otoño y soportamos las leves novatadas de pinturas de kanfor y rotuladores más o menos permanentes.

Fuimos, como segundones, al Dámaso, precavidos ante una adversidad ininteligible pero amenazadora. Nos encontramos con algunos maestros y maestras, que se llamaban a sí mismos profesores, a los que parecía darles lo mismo quiénes fuésemos los chicos y chicas que llegábamos a sus aulas.

El “Dámaso Alonso” era gris y tenía un no sé qué de precariedad que ilustraban los montículos de escombros que no se habían quitado de la construcción reciente. Los del “Fray” le llamaban el búnker, debido a esos contornos de cemento y arena, de hormigón armado, entre los que no había cojones a calentar los meses del invierno. Ni la calefacción ni las estufas, herederas seguras de la posguerra anterior, daban abasto para que nos quitásemos abrigos y bufandas, pero entre cuyas paredes se hacía grande la risa, proliferaba la imaginación y se abría paso sin demasiada fuerza la creatividad de cualquier artista.

Con las compañeras y los compañeros de Argamasilla de Calatrava, a quienes llamábamos rabaneras y rabaneros sin mayores contratiempos, creamos la revista literaria “La Charca”, con un gran comunicador como es el señor Flores, casi director del ente público de la radiotelevisión de España. Su hermano y amigo, Javi, al que veo también como hermano y amigo, se encargó de ponernos en marcha. “La Charca”, que yo pasé tantas veces a la multicopista vietnamita o koreana, ya no sé cómo era, nos permitió lanzar nuestros primeros artículos, cuentos o reportajes, no exentos de alguna falta de ortografía pero llenos de la inquietud de una adolescencia pletórica de inquietudes y valores.

La charca en cuestión era una fuente a la entrada del Instituto que estaba más veces seca que llena de agua, pero en la que nos mojábamos las veces que queríamos sin tener que dar grandes explicaciones. La Directora, el Jefe de Estudios y los catedráticos y jefes de las distintas asignaturas y sus correspondientes “seminarios”. Era la transición de la memoria franquista y sus secciones, ya fueran femeninas o masculinas, y la recuperación de ciertas partes de las instituciones libres de Enseñanza que, sin ser verdaderas, parecían heredar las bases de los siglos.

Yo tuve verdadera devoción por algunas personas de Argamasilla, como Darwin, Alipio, Cristina, Mari Carmen, Luisa y otras personas que hoy son, bien empresarias y empresarios de futuro, o científicos, investigadores y creadores de renombre internacional y merecido.

Mientras Pilar Blázquez, Francisco Barrios, Isabel Castañeda, Luis Barrios y Ángeles Delgado forman parte de mi razón de ser y de escribir, destacan entre medias Pilar Mata y, sobre todo, Álvaro Sánchez Giménez, al que nombro en mayúsculas como padre, maestro y amigo, que me ha enseñado todo lo que tenía que saber sobre el arte, que me ha consentido y criticado con el mejor corazón y la mayor dureza, para hacerme, entre otras muchas gentes, tal y como soy.

Al lado, recuerdo a compañeras como Jacinta Monroy, y muchos de sus vecinos y vecinas que han conseguido dar pasos de gigante para hacer mejor el futuro de todo el planeta. Con ellos celebro que, aunque sea con jovencitas y jovencitos disfrazados de “Zombies”, sigan aportándome la felicidad necesaria para no darme por vencido.

Porque la alcaldesa Monroy Torrico y su predecesor, Fernando Calso, colaboraron en hacer que el “Dámaso Alonso” hiciera una extensión educativa hacia el pueblo maravilloso al que tanto quiero y del que tanto amor recibo. Después, se desdoblaron las escuelas y se creó el Instituto que ahora da cobijo a tantas y tantos estudiantes que no tienen que desplazarse a Puertollano, ni siquiera confiar en la administración de este instituto que siempre ha sido suyo, aunque nosotros, Mario Sánchez Peco y servidor, Benjamín Hernández Caballero, lo tengamos por tan nuestro que hasta nos duelen sus iniciativas y nos enorgullecen sus logros. Bien está lo que bien acaba.

Ahora que festejamos en Argamasilla de Calatrava toda la plenitud de una madrugada repleta de risas y de aventura moderna, no se me escapan, de la memoria agreste de todo lo pasado, aquellas novedades que inventábamos siempre, ya fuésemos de Puertollano o Rabaneros, para poder hacer que el porvenir y sus posibilidades fuesen más gratos y productivos que la simple esperanza.
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