La participación de todas las agrupaciones carnavaleras para arropar al flamante Mascarón, el pregón de Ángel Rabanal Ángel, minero capicúa que recordó incluso con un mea culpa las cosas que han provocado la escasez actual de máscaras y murgas.
Aún así se volvieron a juntar los Agitados más Chupatetas que nunca. Vaya Trola enterró en risas toda una funeraria de cachondeo, La Victoria, ofreció una comparsa llena de imaginación y hubo concejales totalmente enmascarados o ataviados como Obélix.
Siempre, por estas fechas, me encanta hacer un elogio de la máscara, un canto a la fiesta del disfraz, del travestimiento ocasional y de la bula para la crítica y la procacidad. Son las bases de esta celebración de la libertad que es el Carnaval. Todos decimos que este festejo está en crisis, no se le escapa a nadie. A todas luces, la explosión de color, de risa y de multitud que tuvieron al final de la dictadura, durante la transición y durante los primeros años de democracia, se han perdido en los anales de una memoria que no quiere volver a hacerse realidad. Evidentemente, aquel fulgurante recobrarse de las carnestolendas tenía mucho que ver con la represión y la prohibición.
De aquellos tiempos heroicos, cada uno de los pueblos de la comarca tiene sus mascarones particulares. Nuestro Josito nunca se olvidará. En el baile de máscaras de la sociedad actual, tal vez no entendemos que haya necesidad de hacer la crítica, de transformarnos en lo que no somos, lo que queremos ridiculizar o lo que querríamos ser. Pero eso no es verdad. Si se esconden las caretas, nos disfrazamos de otras cosas.
El Carnaval manchego tiene tintes de ilustre desfachatez, de clara escatología que ilumina con fantoches y palabras soeces unos días de desenfreno y buen humor.
A los que quedan en la murga y… sobre todo… a la máscara callejera. A los que nos acompañan, que este año, seguro, vamos a ser muchos más. A divertirse pues.