Carnavales Eternos

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Ecoembes

07Marzo 2019
Carnavales Eternos
Al llegar el Carnaval, nos hemos acordado de los que nos faltan. Así se le ha rendido el merecido homenaje a Paco Ortiz, “El Chache Pescaero”. También ha habido emoción al poner en valor al nuevo Mascarón, Juanjo Portero, que dedicó a su pueblo y a su padre, Manolo, su corona reciente. Pero no puedo olvidar a Josito.
El Rey sin sucesores enmascarado de Puertollano, el gran artista, el gran defensor de la verbena de San Antonio, el gran transformista, el gran subversivo de Puertollano, el gran minero, José Aguilar Fernández, conocido como Josito, Pepe y Pepito para sus amigos, está más presente que nunca en la Ciudad con el Corazón de Hierro.

Josito sacudió muchas veces a Puertollano desde las mismas entrañas del régimen cuando se travestía y cuando desafiaba la celebración de la verbena del 13 de junio, prohibida también en nuestra ciudad porque era, realmente, un homenaje a los fusilados en tal día cuando acabó la guerra civil.

Josito fue minero porque era lo único que podía hacer, mientras no ocultaba su condición sexual, provocativa y risueña, en un mundo macho que, después de haberse reído (muchas veces burlado) de él, aprendió a respetarle como a nadie.

Josito, que en la mina era la alegría de sus compañeros, defendió su diferencia siempre, pero eso sí, una vez, me contaba, un compañero le faltó al respeto y su carbura voló de tal modo que, si no se agacha, le arranca la cabeza.

Porque Josito era especial, pero tenía un par… y era grande y fuerte, y su amaneramiento no escondía un poderío que salía tanto actuando como trabajando. Las circunstancias de la época impidieron que se fuera de bolos con los más grandes. Le quisieron Concha Piquer, Juanita Reina, Marifé de Triana, Pepe Marchena y Juanito Valderrama, porque se hacía unos trajes impresionantes y bailaba como un auténtico profesional.

El tener que cuidar a su madre, impedida, durante más de cuarenta años, hizo que se conformara con vestirse como Miguel de Molina, o como Carmen Amaya, haciéndole disfraces y vestidos a quienes se lo pedían, manteniendo la verbena de San Antonio y la capilla que todavía se ve.

El carnaval era cosa suya. En los años del franquismo se hizo imprescindible y sufrió más de una paliza de las fuerzas del orden, que también se llevaron algún que otro mamporro, porque ha sido siempre muy hombre.

Fue el primer mascarón de la democracia. Para mí, el más grande. Ahora, el ayuntamiento le ha puesto su nombre a un premio. Le hace falta una avenida. Su último baile, con riesgo de su vida, lo hizo conmigo en el escenario. Iba vestido con una bata de cola y desató el aplauso general de un público que le ha querido mucho. Porque cuando lo de la liberación gay era motivo de cárcel, él incendió, con risa y con cojones, el escándalo de una sociedad maniatada física y cerebralmente. Liberándose él liberó un mucho a Puertollano.

También sufrió un atentado, aunque nunca quiso airearlo. Me pidió que no hablara mientras viviera. Hoy lo digo. El incendio de la ermitilla fue intencionado. Algún mal nacido escribió enfrente “volverás a arder”. Por eso, sin mucha ilusión, se fue retirando y el cansancio le llevó a irnos dejando.

Ahora, al entregar el Premio que lleva su nombre a los emblemas de nuestras carnestolendas, he vuelto a acordarme de él. Siempre le recordaremos. Porque va a estar, cada carnaval, cada verbena, luciendo una camisa de volantes y chorreras, y llevando, como nadie, el sombrero cordobés.

Puertollano es lo mejor de la Tierra gracias a los mejores, que siguen en la brecha, en la galería, en la refinería y en las placas solares, pasadas y futuras, como una sonrisa alegre en las sombras de las dificultades que se superan gracias a la cooperación y la defensa de nuestro futuro y nuestra buena sombra.
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