¿Por qué? Pues es algo que no está claro. Lo cierto es que se celebra hace mucho tiempo. Hay quien dice que está claro que tiene que ver con la prueba de la matanza y la antigua fiesta de San Ildefonso, que se conmemora hoy. Otros aseguran que podría deberse a una añeja obligación de alimentar a los soldados en las maniobras, aunque el historiador Miguel Fernando Gómez Vozmediano, apunta a una comida inquisitorial que tenían que hacer en público los conversos.
En Puertollano, San Ildefonso, se identifica con el chorizo. Cada 23 de enero, las vecinas y los vecinos, sobre todo niños y jóvenes, se han encaminado, desde que se tiene memoria, a los cerros y afueras de Puertollano a comerse el tradicional embutido. Los lugares preferidos eran el Barranco, la Cocinera, la Chimenea Cuadrá, la Encantada y el Puente Natural, enclaves maravillosos de la primera altura de la Sierra de Calatrava, los 900 metros de Santa Ana.
El hecho de que fuera la montaña mágica la favorita del festival choricero, indica que siempre se ha estado bajo la advocación de la Gran Diosa Madre, personificada en todas estas localizaciones que tienen algo que ver con cultos antiguos y sacrificios propiciatorios.
La historia reciente quiere que se cuente como origen, la entronización de Alfonso XIII, el día de su cumpleaños (23 de enero), y la fiesta que se dio en las labores agrícolas, ganaderas y, ya también, mineras.
La gente lo celebró, seguramente, coincidiendo con el jueves Landero, previo a los carnavales, en el que en muchos pueblos de la provincia se suele hacer lo propio, irse a pasar la tarde en el campo, merendando lo que la matanza dio hacía poco y ya estaba oreado y con las acedías pasadas.
Otros dicen que se retomó una antigua costumbre impuesta cuando el padre del rey, Alfonso XII, restauró la monarquía borbónica años atrás. Y algunos piensan que esto se retrotrae a la guerra carlista. Los soldados tuvieron que ser alojados obligatoriamente y se comieron todo lo que había en las orzas de las casas, además de causar destrozos como en cualquier guerra, y más siendo éste un enclave isabelino. Cuando se fueron, los vecinos lo celebraron comiéndose lo que habían podido esconder.
Pero hay quien ve en estas exhibiciones de comida pública, recuerdos más ancestrales. Y es que para los sospechosos de judaizantes, el acto de comer marrano en público les podía salvar la vida o el exilio, con lo cual, hacían que todos les vieran.
El caso es que hoy, un año más, a poquito que acompañe el tiempo, los cerros y la Dehesa Boyal serán ocupados por miles de vecinos y vecinas dispuestos a comerse el chorizo. Y a correr en el Pozo Norte.