Aunque en nuestros días, hay una Fiesta en el Calendario Laboral para este Jueves que reluce más que el Sol, no es cierto que nadie le recuerde mayor intención que un día de diario al que conmemorar cualquier memoria. Desde hace muchos años, el Corpus Christi se celebra en cualquier sitio de España el domingo siguiente al Jueves primigenio y en muchas poblaciones ni siquiera se extiende una alfombra de romero (Rosmarinus Officcinalis) o tomillo (Thymus Vulgaris) sobre los que desplazar cualquier Custodia en la que se Exponga para la Universal Adoración sepulte otros tipos de cobardía o herejía pongan en duda la Dedicación y El Católico Culto de todos los Cristianos.
Ni que decir tiene que yo me siento especialmente inclinado a celebrar este Jueves que Reluce más que el Sol. Porque yo nací en tal Jueves y mi madre bendita desayunó en el brocal del pozo de mi casa, sita entre las cales Castelar y San Gregorio, porque hacía mucho calor. De hecho, la Estadística Climática que se publica ahora, dice que no ha habido mayo o junio más cálido en la historia, que desde 1965, el día que nacía yo.
Diez años después, en la parroquia de San José o El Cristo de las Minas, tomé la Primera Comunión junto a mi Hermana Mila, que me mira desde el Cielo, cantando en el coro de la Iglesia de las 300. Era y sigo siendo disléxico para la Música, pero no me importa, porque sigo amando el arte de los sonidos aunque mi cuerpo no me haya dado para seguirlos con determinada fidelidad.
Y ahora puedo decir lo del Corpus a san Antonio o viceversa, porque cada año nos sorprende la celebración de estas fiestas cambiantes. En 2020, año de cuarentenas y sinsabores, san Antonio, cuando mi tita Lola cumpliría 98 años, sus croquetas y sus caldos seguirían siendo inmortales. El mundo se ha refugiado detrás de cualquier máscara, y yo sigo soñando con sus bocadillos de pisto y las lágrimas de mis hermanos al recordar platos tan suculentos.