Hay un cuento perfecto que se refiere a los seres ocultos de lagos, ríos o mares en la remota credulidad terrestre. Lo hemos escuchado en ese lugar indeterminado que marca la vigilia y el sueño, el “duermevela” de los viejos, que siempre es un momento mágico de la vida. Los hermanos Ándersen lo transcribieron mezclando los sueños marineros y las viejas certidumbres de quienes habitaban a la orilla de lagos y pantanos. Tantas aguas oscuras y tantas narraciones de la adoración y el miedo que representaban las profundidades más o menos conocidas de tanta acumulación acuática, les hicieron respetar como a un espíritu desconocido lo que pudiera haber debajo de las ondas. Así nacieron las Náyades, las Ondinas, las Janas y las Sirenas en las que pudieran darse formas pesadillas y anhelos que nunca estaban claros.
Entre mis creencias ancestrales, detrás de narraciones que tenían por objeto dejarme soñar y renunciar a la vigilia, como todos los cuentos y las nanas pretenden, mezclando el horror con la esperanza y toda la vaguedad con lo que podría ser cierto en cuanto a ogros y desalmados se refería, me vienen a las mientes relatos malhadados en los que no podía huir de pesadillas o dudas y que me obligaban a esconderme bajo mantas y sábanas de dudoso abrigo. Gracias a canciones de cuna y cuentos infernales, no he podido dormir, al cabo de los años, sin pensar en qué habría de cierto en tanta ensoñación salvaje. Había una intención silvestre en fomentar el miedo de las niñas o el terror de los niños. Lo descubrieron Federico García Lorca y los hermanos Grimm, pero los callaron los mismos demonios a los que intentaban desenmascarar.
En medio de las noches de verano que comienzan ahora, después de haber llenado un carro de botellas de agua agria, soy consciente de las muchas ninfas, náyades o pléyades que ocupan los manantiales en los que se pierde la memoria. Cuentecillos como "La Sirenita" y óperas como "Rusalka", nos invitan a disfrutar con las creaciones de los seres humanos de carácter universal.
Yo he soñado, o he visto en las horas temibles de dormir y velar, cuando los cuerpos astrales salen de su reducto humano y se pierden por los recovecos del Universo Inmenso, que hay unas figuras absolutas que marcan el óxido de hierro en las botellas antiguas y en los desaparecidos jarros de la Fuente del Doctor Limón. Las he escuchado reírse en medio de cualquier madrugada, y referirse a los transeúntes del Paseo de San Gregorio como a sus futuras víctimas.
En el Ojailén, entre las plumas caídas de las gaviotas que pueblan sus márgenes de pizarra y hulla, varias damas incorpóreas bailan en cada amanecer para que se duerman los conductores de coches que no han respetado límites de alcohol o de estupefacientes.
Incluso en las Pocitas del Prior, entre gansos y ánades salvajes, un aire tan caliente que sólo se produce en el verano, nos hace reconocer, entre juncos, cañas y efedras, la silueta de una señorita que en el siglo diecinueve se pudo ahogar entre sus cañaverales. Aunque hay muchas vecinas y vecinos que podrían jurar que se escapó con su novio en una madrugada, nadie es capaz de decir si fue la noche antes del 29 de junio, cuando San Pedro y San Pablo siguen cruzándose en el camino del martirio, justo a las afueras de Roma… o Puertollano.