Hace muy pocos días (aunque me parecieron infinitos) vi en una caja de zapatos más de treinta crisálidas de infantiles del “Bombyx Mori”. Esta definición de Linneo se refiere a unos lepidópteros incapaces de volar que se crían en los hogares de más de un millón de niñas y de niños españoles (pueden ser catalanes, vascos o murcianos) que les han alimentado con las dos únicas especies de “morus” que se dan en la Península Ibérica: a saber son la “Morus Nigra” y la “Morus Alba”. Son rosáceas y rosales con drupas exquisitas que saben a tarta y juventud.
Resulta que las moras, frutos drupáceos de estos árboles insignes, son el mejor antioxidante contra la vejez que se puede encontrar en la fructificación cercana. Cuando éramos pequeños, arrancábamos las horas de mora, de moral o de morera sin piedad alguna para darles de comer a unas orugas especiales. Es más: al ver en estos tiempos tal cantidad de follaje y pocos miramientos, nos da envidia el hecho de no seguir cuidando de estos insectos tan maravillosos. Era y es la oportunidad de aprender cómo los artrópodos se transforman de platelmintos con cuatro mudas y una espiral infinita de seda.
Cuando éramos niñas y niños sin esperanza alguna, notábamos como en un recipiente de cartón o madera se transformaban y modificaban unos seres rechonchos y benditos en mariposas ponedoras, cuyas hembras y machos se apareaban indiscriminadamente, homosexuales, lesbianas y heteros, para que se pudieran poner huevos en una hora de papel en la que cuidábamos del porvenir de esta especie. Les habíamos atiborrado de hojas de morera. Nos sorprendían los individuos del mismo sexo que se ayuntaban en nuestra adolescencia. Más de una y de uno se tocaron sus partes estimulados por dicho comportamiento.
Les cuidábamos sin prevención. Nos divertían al cubrirse indiferentemente de su abdomen, más fino u oblongo si eran machos o hembras. A muchas y muchos les ahorraron intolerancias o fobias al observar que no tenían reglamentos bíblicos, religiosos o fisiológicos. Resulta que todo es bienvenido a la hora de alternar con la vida. Como decía el chiste: -No era pecado-.
Hoy, los gusanos de seda siguen hartos de hojas de morera. Los padres son más complacientes que los de ayer. Pero cuando las niñas y los niños vean que son capaces de fornicar con su mismo género, habrá quienes se alarmen por la procacidad de la Naturaleza, a la que no le importa cómo se diviertan sus criaturas, como tiene que ser.
Hace muy pocos días (aunque me parecieron infinitos) vi en una caja de zapatos más de treinta crisálidas de infantiles del “Bombyx Mori”. Esta definición de Linneo se refiere a unos lepidópteros incapaces de volar que se crían en los hogares de más de un millón de niñas y de niños españoles (pueden ser catalanes, vascos o murcianos) que les han alimentado con las dos únicas especies de “morus” que se dan en la Península Ibérica: a saber son la “Morus Nigra” y la “Morus Alba”. Son rosáceas y rosales con drupas exquisitas que saben a tarta y juventud.
Resulta que las moras, frutos drupáceos de estos árboles insignes, son el mejor antioxidante contra la vejez que se puede encontrar en la fructificación cercana. Cuando éramos pequeños, arrancábamos las horas de mora, de moral o de morera sin piedad alguna para darles de comer a unas orugas especiales. Es más: al ver en estos tiempos tal cantidad de follaje y pocos miramientos, nos da envidia el hecho de no seguir cuidando de estos insectos tan maravillosos. Era y es la oportunidad de aprender cómo los artrópodos se transforman de platelmintos con cuatro mudas y una espiral infinita de seda.
Cuando éramos niñas y niños sin esperanza alguna, notábamos como en un recipiente de cartón o madera se transformaban y modificaban unos seres rechonchos y benditos en mariposas ponedoras, cuyas hembras y machos se apareaban indiscriminadamente, homosexuales, lesbianas y heteros, para que se pudieran poner huevos en una hora de papel en la que cuidábamos del porvenir de esta especie. Les habíamos atiborrado de hojas de morera. Nos sorprendían los individuos del mismo sexo que se ayuntaban en nuestra adolescencia. Más de una y de uno se tocaron sus partes estimulados por dicho comportamiento.
Les cuidábamos sin prevención. Nos divertían al cubrirse indiferentemente de su abdomen, más fino u oblongo si eran machos o hembras. A muchas y muchos les ahorraron intolerancias o fobias al observar que no tenían reglamentos bíblicos, religiosos o fisiológicos. Resulta que todo es bienvenido a la hora de alternar con la vida. Como decía el chiste: -No era pecado-.
Hoy, los gusanos de seda siguen hartos de hojas de morera. Los padres son más complacientes que los de ayer. Pero cuando las niñas y los niños vean que son capaces de fornicar con su mismo género, habrá quienes se alarmen por la procacidad de la Naturaleza, a la que no le importa cómo se diviertan sus criaturas, como tiene que ser.