Hornazo en el confí­n

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Puertollano Magazine

Ecoembes

18Abril 2020
Hornazo en el confí­n
El hornazo confinado tiene el poder de hacernos recordar todos los momentos que hemos vivido al comernos este bollo dulce, que en otros sitios llaman “mona”, a lo largo de los años y en distintos lugares, solos o en compañía y sin tener en cuenta la liturgia. El segundo domingo de Pascua, llamado también “De Quasimodo” o “In Albis”, me recuerda la celebración en la iglesia de San José de Puertollano mientras cantábamos en un latín que todavía no era capaz de comprender aquello de Quasimodo geniti infantes…
Nosotros, los monaguillos, vestíamos de blanco igual que el cura. Don Jesús o don Amador nos explicaban que aquel día era el segundo preferido para hacer bautizos, después de la Vigilia Pascual. El altar mayor, bajo el Cristo de las Minas estaba repleto de flores, lo mismo que los de las alas, dedicados a la Inmaculada y a San José bendito. Desde el coro, también florido, nos custodiaban La Piedad y el Nazareno orando en el templo. Las familias que cristianaban a niñas y niños estaban tan alegres que aguantaban la insistencia de los acólitos pidiendo propinas. Aquel día éramos ricos.

Lloviese o no, tocaba celebrarlo con un helado de Romero, de Morán o de Payá. Adolfo y sus hermanos volverán a regalarnos esos primeros premios mundiales muy pronto. Pero podía ser una horchata o una leche merengada, con su delicioso sabor a canela y limón. El hornazo se los compraba mi madre a María, la abuela de Esther de Chocolat, que sigue haciéndolos conla misma receta e idéntico cariño y marabilloso sabor.

Después comíamos y nos preparábamos para comernos el hornazo en La Chimenea “Cuadrá”, La Cocinera o El Barranco. Allí descubrí los fósiles de moluscos antiquísimos que contaban la historia del mundo en millones de años. Eran inserciones de caliza entre las cuarcitas armoricanas que brillaban con destellos rosados al sol de abril.

Desde que puedo recordar, pocos lugares fueron tan frecuentados este día como el cerro de Santa Ana, pero hubo excursiones más largas, a los ríos y pantanos de nuestra provincia, a las Lagunas de Ruidera o las Tablas de Daimiel. He visto muchas veces los narcisos (junquillos) perfumando las orillas del Montoro, el Jabalón, el Fresnedas y, sobre todo, el Tablillas, cerca de Cabezarrubias del Puerto o la Mina de la Petaca.

También, si coincidía, me he comido el hornazo en la romería de la Virgen del Monte, con mi súper familia numerosa de Bolaños de Calatrava, en los corros en los que no se paraba de comer y de beber mientras recordábamos los asuntos de casi cien años de historia genética con personas que ya me faltan desde hace demasiado tiempo.

Si el clima no acompañaba, teníamos que quedarnos en casa, la nuestra o la de los amigos, pero entonces la torta ancestral se mojaba en chocolate y se acompañaba de buenos vinos dulces y cubatas. En la mili me enjareté una “mona” valenciana en la preciosa Sala Capitular del Convento de Santo Domingo, entonces Capitanía General de la capital del Túria, vestido de romano. La mona ha vuelto a ser deglutida en las tierras catalanas para acompañar a mis primos y a mis sobrinos.

A veces también me ha pillado enfermo y he tenido que quedarme en el hogar como ahora en que cumplo con la gozosa tradición mientras intento protegerme y proteger a todas las personas que quiero. Creo con glotona fe que esta degustación nos ayuda a mejorar la salud. Hago conjuros constantes para acelerar el fin de la epidemia. Así lo hicieron, estoy seguro, las puertollaneras, sus esposos e hijos, después de la Peste Bubónica del siglo XIV…

Quasimodo… casi del mismo modo que los niños recién nacidos, bebíamos la leche pura de la sabiduría y descubríamos el calor de una primavera rebosante de colores y de experiencias. Todo el Universo era capaz de resucitar de un huevo duro en medio de una torta deliciosa con la que superar, lo mismo que ahora con la cuarentena, las penas de la pasión y de la muerte de tantos seres queridos de los que ni siquiera hemos podido despedirnos.

Este hornazo simboliza la explosión de la vida y la esperanza de seguir viviendo, queriendo y ayudándonos. Lo haremos con las mismas fuerzas que las cinco mil generaciones que nos sacaron de los árboles en el paraíso africano para invitarnos a visitar la luna y los planetas. Aleluya.
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