El hornazo sin mascarilla tiene el poder de hacernos recordar todos los momentos que hemos vivido al comernos este bollo dulce, que en otros sitios llaman “mona”, a lo largo de los años y en distintos lugares, solos o en compañía y sin tener en cuenta la liturgia. El segundo domingo de Pascua, llamado también “De Quasimodo” o “In Albis”, me recuerda el introito de San Pedro en su carta famosa: Quasimodo geniti infantes…
Lloviese o no, tocaba celebrarlo con un helado. Adolfo y sus hermanos volverán a regalarnos esos primeros premios mundiales muy pronto. Pero podía ser una horchata o una leche merengada, con su delicioso sabor a canela y limón. Después comíamos y nos preparábamos para comernos el hornazo en La Chimenea “Cuadrá”, La Cocinera o El Barranco. Allí descubrí los fósiles de moluscos antiquísimos que contaban la historia del mundo en millones de años. Eran inserciones de caliza entre las cuarcitas armoricanas que brillaban con destellos rosados al sol de abril.
Desde que puedo recordar, pocos lugares fueron tan frecuentados este día como el cerro de Santa Ana, pero hubo excursiones más largas, a los ríos y pantanos de nuestra provincia, a las Lagunas de Ruidera o las Tablas de Daimiel. He visto muchas veces los narcisos (junquillos) perfumando las orillas del Montoro, el Jabalón, el Fresnedas y, sobre todo, el Tablillas, cerca de Cabezarrubias del Puerto o la Mina de la Petaca.
También, si coincidía, me he comido el hornazo en la romería de la Virgen del Monte, con mi súper familia numerosa de Bolaños de Calatrava, en los corros en los que no se paraba de comer y de beber mientras recordábamos los asuntos de casi cien años de historia genética con personas que ya me faltan desde hace demasiado tiempo.
Si el clima no acompañaba, teníamos que quedarnos en casa, la nuestra o la de los amigos, pero entonces la torta ancestral se mojaba en chocolate y se acompañaba de buenos vinos dulces y cubatas. A veces también me ha pillado enfermo y he tenido que quedarme en el hogar como ahora en que cumplo con la gozosa tradición mientras intento protegerme y proteger a todas las personas que quiero. Creo con glotona fe que esta degustación nos ayuda a mejorar la salud. Hago conjuros constantes para acelerar el fin de la epidemia. Así lo hicieron, estoy seguro, las puertollaneras, sus esposos e hijos, después de la Peste Bubónica del siglo XIV…
Quasimodo… casi del mismo modo que los niños recién nacidos, deseamos la leche divina de la sabiduría y descubriremos el calor de una primavera rebosante de colores y de experiencias. Todo el Universo es capaz de resucitar de un huevo duro en medio de una torta deliciosa con la que superar, lo mismo que tras el terrible Covid 19 las penas de la pasión y de la muerte de tantos seres queridos de los que ni siquiera hemos podido despedirnos.
Este hornazo simboliza la explosión de la vida y la esperanza de seguir viviendo, queriendo y ayudándonos. Lo haremos con las mismas fuerzas que las cinco mil generaciones que nos sacaron de los árboles en el paraíso africano para invitarnos a visitar la luna y los planetas. Aleluya Aleluya.