Independentistas en Puertollano

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11Marzo 2019
Independentistas en Puertollano
Aunque sólo hace unos años que Puertollano pone su feria de la Independencia Española con su mercadillo correspondiente, no se vayan a creer, ilustres señoras y señores, que es una invención de amigos enamorados de la historia o de expatriados de cualquier tenderete temático. Al contrario: la batalla antifrancesa que se narra en estos estaribeles llenos de cosas bellamente innecesarias, es tan real como la vida misma que se sucede en los siglos posteriores a la invasión napoleónica.
Resulta que, tras la descoronación de Carlos IV y su hijo Fernando VII, mientras la familia real era apresada en Burdeos y los territorios galo-navarros en los que se pierden los libros de texto y la inexactitud de la Historia Universal Española, en el suelo patrio se sucedían los atropellos francófonos y las heroicas resistencias de burgueses y villanos a los que nadie iba a conceder la Laureada de San Fernando.

Eran los años que sucedían a la batalla de Trafalgar y a sus múltiples cicatrices, ahítas de malos mandos y peores cronistas. De repente, la península ibérica se había visto sobrepasada por sus propias calamidades y fantasmas. En Puertollano, como después habrían de reconocer carlistas, isabelinos, nacionales y republicanos, amén de cualquier facción que tuviera padrinos suficientemente poderosos como para respaldarlas, sostenerlas y evitar las sanciones de los propios paisanos irredentos, también hubo escaramuzas y momentos en los que los más ignotos defensores se enfrentaron con gabachos que saqueaban hatos de borregos y cañadas indefensas hasta que la mala sangre se subía hasta las sienes y lograba descabezar cualquier brigadier arropado con la bandera tricolor de los Bonaparte.

En un marzo indeterminado, lejos de los frentes en los que se hacían inmortales Valdepeñas, Vallecas o Sevilla. Nadie sabe cuánto tiempo antes de que Cádiz se pusiera a resistir entre sus murallas a los morteros incansables de los revolucionarios, Puertollano, Argamasilla de Calatrava, Almodóvar del Campo y Fuencaliente, con sus anejos y aldeas que siguen sin declararse enteros en las crónicas, también tuvieron que aguantar la arrogancia de los constitucionalistas, mientras ignoraban que se estaba redactando otra Carta Magna entre Puerta de Tierra y el Barrio de la Viña. Encontraban avanzadas inagotables de Pepe Botella y sus heraldos llenos de fantasías libertarias, estrellándose constantemente contra la mala fe de los invasores, ladrones y estrafalarios hasta que Carmen y Bizet los cantaron sin melindres en los teatros del momento.

En un momento determinado, nadie sabe dónde ni cuándo, pero sí que existió y quedan los responsos de la misericordia adictos a sus fúnebres honras, hubo un ataque entre los lares de estos pueblos. Ni había minas ni crepúsculos bastantes para que todo pareciese un avatar de los cruzados de la razón contra los supersticiosos alcudianos y calatraveños. Pero hicieron tan odiosa su venida y su presunción, que todos intentaron combatirles con las hoces y las guadañas, las horcas y los palos que no pudieron requisar en la humillación de los lugareños.

Sin embargo, los dioses, o los santos, o no se sabe qué protectores inexplicables, acudieron a los rezos y letanías de los atrasados españoles que intentaban zafarse de los libertarios galos a los que no les importaba aplastar calaveras de niños y de viejos bajo las culatas de sus fusiles llenos de modernidad.

Resulta que una noche, después de haber robado varios corderos de los apriscos del Cerro de Santa Ana, tras haber obligado a sus propios pastores inconsolables a desollar y descuartizar las víctimas lechales y a sus amos, empalaron los trozos de la suculenta carne en unas ramas que deshojaron entre las sombras vespertinas. De los veinticuatro dragones de Murat que probaron el asado ovino y sus aromas, murieron dieciocho. Los otros seis quedaron heridos en cualquier cuneta y fueron devastados por los guerrilleros del Duque de Pastrana.

Mucho tiempo después, antes, eso sí, de que se formara en el centro de la ilustrísima Villa de Puertollano un Mercado Goyesco que nadie hubiera intuido hasta que se contasen estas historias, se supo que la rama de la que se desprendió el veneno vengador, aquella que castigó a tantos gabachos indecentes, era una adelfa roja, de la que hoy en día se sacan los productos para luchar contra el cáncer, enemiga de los que creen estar por encima de cualquier mortal, cómplice de tantos inocentes que continúan guerreando contra la injusticia.
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