La importancia de hablar bien

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Puertollano Magazine

Ecoembes

10Junio 2019
La importancia de hablar bien
Hemos escuchado a demasiadas personas relativizar la importancia de hablar bien de las cosas y de la gente. Parece un ejercicio de menor trascendencia de lo que verdaderamente representa. Hablar correctamente, con buenas intenciones, sin maldad, de todo lo que nos rodea no parece necesario, pero lo es. Estamos demasiado acostumbradas y acostumbrados a pensar que no importa lo que digamos de nada ni de nadie, pero sí que interesa, sí que nos hace mejores y nos invita a seguir haciéndolo por los restos. Hablar bien ha sido, muchas veces a lo largo de la historia, la diferencia entre la vida y la muerte, la verdad y la mentira, la satisfacción o la injusticia.
Decía Jorge Luis Borges que el nombre es arquetipo de la cosa y que en las letras de la palabra rosa está la misma esencia de la flor. La reputación de hombres y mujeres se basa, en casi la totalidad de su razón, en lo que digan de ellas y de ellos los demás. El trato y la misericordia, las intenciones y la risa o el llanto también tienen sus cimientos en lo que se cuente de lo que son, somos o serán. La memoria colectiva e individual, social y familiar, está llena de momentos atroces en los que una calumnia o el desistimiento de lo que es verídico, han sembrado casas, familias y campos de cadáveres a los que nunca será posible reparar en el daño inferido.

El día de san Antonio de 1939, las fuerzas nacionales de ocupación sembraron de disparos fallidos las tapias del cementerio de Puertollano. Seguramente algunos de los ajusticiados tenían crímenes a sus espaldas que no fueron juzgados con imparcialidad. Pero se sabe a ciencia cierta, lo sabían sus verdugos, que la mayoría de los fusilados y fusiladas no tenían más condena que la venganza y el deseo de acabar con sus ideas, no siempre comprendidas exactamente por ellas y ellos mismos.

Antes de todo esto, se tejieron leyendas negras sobre una España que no era más que un concepto en la mente de un rey y su idea de patrimonio. Los imperios no tienen defensores después de muertos, pero sin aquella concepción material de un Estado y una corona compartida por múltiples pueblos, posiblemente hoy no existirían ni Bélgica ni Holanda, quizás en Italia las mezquitas habrían suplantado a las catedrales (sin que eso quiera decir nada o pueda decirlo todo), y en el mundo moderno se hablarían idiomas distintos.

A lo peor en América Central los aztecas, tratados miserablemente por los conquistadores, como ha pasado en todo el planeta detrás de cuantas guerras y colonizaciones se han sucedido, seguían arrancando los corazones de mayas y mixtecas. No se puede olvidar que a los cuatrocientos soldados de Hernán Cortés, o a los trescientos cincuenta de Pizarro, les acompañaron para vengarse cientos de miles de pueblos americanos que intentaban zafarse de injusticias más antiguas. Es verdad que no consiguieron el trato merecido, pero así son las debilidades de los vencedores.

Si le hubiera ido bien a Hitler y no se hubiese metido con Stalin, ahora podríamos vivir en un nacional-socialismo-comunismo y asistir a unas atrocidades mayores que las de la CIA o sus agencias gemelas. Que hablaran mal de ti en una herrikotaberna podía suponer que algún “patriota” te pegara un tiro en la nuca delante de tus hijos. En cualquier pueblo de la Mancha una palabra mala te podía echar tierra en los ojos y que nadie volviera a hablar con tu familia por los restos de la vida.

Siguiendo con la bibliografía, el profesor Tomás y Valiente, que también sufrió el deseo de acallar las voces de la memoria, recordaba constantemente que la mala fe, las malas palabras y el silencio habían hecho perderse muchas ocasiones para, si no una reconciliación, si un paso de página ineludible. Matar al mensajero, a los periodistas encargados de hacer público y notorio lo que no solo pertenece al pasado sino a la propia necesidad del conocimiento, es una de las mayores demostraciones de lo imprescindible que es el testimonio de lo que ha ocurrido, ocurre y ocurrirá a no ser que interpongamos el seguro de la sabiduría.

Hablar bien de lo tuyo y de lo tuyo, de lo de los demás y de lo nuestro, es una pequeña paga por tus pesares que tiene la recompensa de que muchos menos tengan miedo. Publicar los vídeos sexuales de una relación íntima, poniendo en peligro tu propia personalidad y la de alguien que compartió contigo la esencia de un momento de ardor, amor o calentura, es una decisión horrenda que acaba en suicidio, exilio o enfermedad mental. Respetándonos a nosotras y nosotros mismos, mucho más a las demás personas que transitan con nosotros en el sendero de la vida, conseguimos hacernos menos vulnerables y proteger un mañana del que nunca estamos a salvo completamente.

Menospreciarnos a nosotros mismos, en un ejercicio insensato de bajeza y falta de miras, hace que el porvenir se oscurezca hasta límites insospechados. Decir que no te importa que un muerto se pierda en los vericuetos de cunetas y descampados porque no hay que remover las tumbas de los perdidos, es como negar el mínimo consuelo a quienes puedan rezarles, ignorarles u olvidarles después de saber dónde se encuentran. La verdad nos hace libres y también comprensivos, nos lleva hacia el perdón o el sobreseimiento, sin que ello signifique que la ignorancia sea hermana de la venganza o el rencor. No nos quedan ya fuerzas para seguir sosteniendo tanto dolor y tanta pena.
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