Navidades blancas y neblinosas

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20Diciembre 2023
Navidades blancas y neblinosas
Siempre hay una controversia (espero que amable) sobre la fecha más o menos exacta en que comienzan las Fiestas Navideñas. Distingo este término del de la Navidades, porque no es el mismo. Desde que el cristianismo triunfó en la mitología clásica grecorromana, hay que precisar que la Navidad comienza el 24 de diciembre, al celebrar la Nochebuena y termina el 6 de enero, tras la onomástica de los Santos Reyes Magos Melchor, Gaspar y Baltasar. Pero ni siquiera esta precisión es auténtica. Porque los reyes han sido tres, cuatro, cinco o seis, según la liturgia de las distintas iglesias o comunidades cristianófilas desde que se conmemora el nacimiento de Cristo. Ni siquiera las fechas son irrefutables, porque antiguos padres de la religión y las ideas hicieron coincidir, con un sincretismo más o menos evidente, estas fechas mágicas con los cultos de Mitra, Cibeles, Heracles o Hércules y algunos otros dioses o semidioses que habitaron la imaginación y el culto sagrado humanoide desde tiempos inmemoriales.
A partir del Edicto de Milán, el posterior Concilio de Nicea y el siguiente de Constantinopla, la religión cristiana dejó de ser objeto de persecuciones y crueldad extrema en el Imperio Romano o sus vestigios, para reconocerse en igualdad o incluso preferencia sobre los cultos paganos que históricamente habían gozado de la preeminencia en la Corte y sus provincias. Constantino I insistió en ello por influencia, seguramente, de su madre y sus hermanos, pero asegurándose su propio dominio personal sobre obispos, sacerdotes y rabinos de la Nueva Ley, que entonces no se distinguía de un judaísmo heterodoxo aunque enemistado con los nuevos creyentes.

A lo largo de los cerca de trescientos años anteriores, una secta judaica de lo más ortodoxo, que se había escindido de los fariseos mesiánicos enemigos de los cabecillas macabeos, insistía en que todo lo que habían profetizado los grandes adivinadores hebreos se había cumplido en la figura de un rabino de estirpe real pero posibles muy humildes. Jesús de Nazaret consiguió, sin apenas aportes dinerarios, formar una estirpe de seguidores alarmantemente pacifistas y de honradez irritante. La corrupción de las élites litúrgicas contemporáneas y la hipocresía de que hacía gala la mayoría de los judíos, les enfrentaron con el poder político. Mientras los emperadores romanos apreciaban y protegían a los seguidores de Abraham y Moisés, estos nuevos escindidos resultaban claramente insidiosos. Por culpa, seguramente, de los israelitas poderosos, que les detestaban, y su propia indiferencia ante muertes y tormentos, primero los esclavos y después sus amos se hicieron seguidores del Iluminado Cristo, que había sido torturado y crucificado bajo acusaciones de lo más falso e injusto.
Durante esos tres siglos, con más o menos violencia, habían sido reprimidos a muerte y ejecutados con ansias de ejemplaridad que únicamente habían conseguido que sus seguidores pareciesen santos para los que decidieron profesar esta fe extraña y llena de polémicas interpretaciones. Constantino, que creyó ver (o vio realmente) lo que podía representar esta creencia inquebrantable para sus propios intereses, les concedió libertad de culto para los restos. Hubo pasos atrás, como bajo el poder de Maximiano, Licinio y Juliano, pero ya era demasiado tarde. La corte bizantina, heredera de los laureles del Foro Romano, se había hecho cristiana e intervino con determinación en las normas de una nueva ortodoxia, en la que el Cristo pasó a ser Dios junto al Espíritu de la Creación.

Pero lo que no se había determinado jamás, en la adoración a un Ser Divino, era la fecha de su nacimiento, ya que la de la muerte sí parecía coincidir con la Pascua Judía de los Ácimos. Los padres de la nueva Iglesia no tuvieron que preocuparse de precisarla, ya se habían encargado las creencias inmemoriales en mitos adorados, de situarla el mismo día del Sol Invicto, el 25 de diciembre. La datación precisa el momento en que nacieron Júpiter (o Zeus), Mitra, Varunna, Lugo o Wotan (Odín). El último momento del solsticio de invierno, el día más corto del año y la noche más larga, que desde ese momento comenzaba a vencer en duración sobre las tinieblas. Hasta algunas corrientes budistas señalan la del 24 al 25 como la noche mágica en que nace el mismísimo Dios.

Así, las fuentes populares identificaron los signos del alumbramiento maravilloso de Emmanuel Bar Jeshua, con los pastores, el pesebre y las bestias que le dieron calor entre las pajas de un establo o cueva clandestina. Se añadió, como con los anteriores grandes mitos, que fue perseguido por su rey o su abuelo y que los grandes adivinadores del mundo le pronosticaron un Destino Inefable. Fue salvado de una matanza generalizada de inocentes y demostró que era Dios al vencer a la Muerte y reinar en el Universo para el resto de la Eternidad. Desde aquel año, que fue entre el 6 ó el 4 A.C., toda la cristiandad conmemora, con entre 7 y 20 días de diferencia, tan relevante acontecimiento.

La Natividad de Nuestro Señor Jesucristo se festeja en todo el planeta tierra, indistintamente de cuál sea la religión predominante. En el Islam se le considera profeta junto a su Madre y en muchos credos los árboles adornados y las luces multicolores coexisten con sus propias fiestas religiosas. Únicamente en algunas sectas cristianas escindidas, como la de los puritanos en el Renacimiento y algunos protestantismos minoritarios, tanto de entonces como actuales, se prohíben estas manifestaciones de júbilo. La Navidad es, por lo tanto, Universal.

Para la Iglesia Católica esta conmemoración es litúrgica, dogmática y debe ser celebrada con el máximo de fasto y alegría. En los países donde su culto es mayoritario o histórico, se montan nacimientos, pesebres, belenes y se adornan con luces y espumillones los árboles célticos y las casas de los fieles. Para las niñas y los niños es motivo de alegría especial, ya que el recuerdo de Aquel Niño Glorioso les hace protagonistas de este maravilloso principio del invierno.

Pues bien, volviendo al propósito de este relato, la Navidad debe comenzar en la fiesta de San Nicolás, el 6 de diciembre, que en España coincide con el aniversario de la Constitución de 1978. Porque es el patrón y protector de niños y niñas, un santo querido que (según saben en Holanda y los Países Bajos) viaja desde España hasta el mar del Norte cada año para llevar dulces, regalos y bendiciones a toda la gente menuda de esas zonas. En otros países germánicos y anglófilos, se ha transformado en Santa Claus, o Papa Noël entre francos y angevinos. Desde este día hasta el 17 de enero (hasta san Antón Pascuas son), habrá que mantener adornos y celebraciones llenas de luz y de canciones alusivas.

En Puertollano y su incomparable comarca, la Navidad no es blanca de nieve casi nunca. Sí lo es de niebla espesa y protectora, que también llena de hielo los amaneceres. No siempre se disipa por la tarde o la noche y nos mantiene juntos y calentitos junto a cualquier fuente de calor. Es lo que nos recuerda que fuimos muy jóvenes y que hay que proteger a los que dejaremos en herencia esta Tierra y sus tradiciones.

Estamos en Navidad y habrá que decir, hasta que los animales reciban también los parabienes de su protector: ¡Feliz Navidad! Paz y Amor a todas las personas de buena voluntad. A pasarlo muy bien.
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