Cuando llega el 8 de septiembre, si miramos el calendario de las santas y santos que ocupan las festividades de la Iglesia Católica Latina o Romana, nos encontramos con la celebración de la Virginal e Inmaculada Natividad de la Virgen María.
En la confusión que han creado la Hagiografía y la Teología que se asocian al “marianismo”, se tienden a confundir tanto el nacimiento de la Madre de Dios como la propia concepción que Santa Ana, su Madre, hizo de Ella. Porque de repente, incluso en las más feroces guerras de protestantes y católicos, se puso de manifiesto si era preceptivo imaginar este nacimiento como libre de pecado. Ni Martín Lutero en sus peores momentos se atrevió a negar la Inmaculada Concepción. Calvino, que era partidario de una negación total del Libre Albedrío y, por tanto, seguidor de una doctrina arbitraria basada en la Predestinación, se atrevió a negar estos dogmas que la Iglesia del Papa no consolidaría hasta finales del siglo XIX.
Sin embargo, en Puertollano y Argamasilla de Calatrava, la Virgen Santísima era considerada como la Madre de Dios, Sin Pecado Concebida y Patrona de ambas poblaciones ya a finales del siglo XIII. En el XIV se hizo carne y habitó entre nosotros a mediados de la XVI centuria.
Miles de años antes, los celtíberos de esta zona adoraron a Birgitt, santa Brígida o la Divina Anatha. De hecho, el cerro mayor, con sus construcciones en forma de Henge o Círculo mágico de piedras transportadas a lo alto del Cerro, con sus Puentes Naturales y sus observatorios estelares que habían dejado los grandes Padres procedentes de las Estrellas, era sagrado. Anatha se transformó en Santa Ana y, pocos siglos después, su hija Virginal y Sacrosanta se hizo con el poder a través de sus propios magos o sacerdotes.
El cerro y su sierra contigua seguían siendo mágicos y eran capaces de sincretizarse con los nuevos creyentes que venían de Oriente y se enfrentaban a los conceptos de religión de Estado de los romanos y sus colaboradores. Anatha se transformó en Ana y sus epítetos de Gracia, Reverencia, Perdón, Socorro y Luz se convirtieron en los favoritos de las poblaciones al pie de la Montaña.
Después de miles de años, con la misma fe y la esperanza que en la Edad del Bronce, puertollaneras y rabaneros siguen pidiendo la piedad y la sanación de su Diosa Blanca, Divina y Todopoderosa, aunque ahora tenga un Niño en brazos y su corona sea dirigida por el Nuevo Testamento.
Señora de Gracia y del Socorro, danos la Paz y la Salud contra todo lo que nos mandan la Vida o el Firmamento. Demuéstranos, Madre, que lo que te pedimos con tanta fe como miedo, es posible que nos lo concedas al tiempo que nos vacunamos, te rezamos y celebramos tus Fiestas. Ahora y en la hora de nuestra muerte, o mejor en nuestra vida. Amén.