Peregrinos de Urda

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01Octubre 2019
Peregrinos de Urda
Este año he vuelto a Urda, un pueblo de Toledo, que limita con Malagón y Villarrubia, Fuente El Fresno y Los Yébenes, haciendo que la memoria de las gentes y la devoción (o la idolatría) nos sumerjan en lo más hondo de La Mancha para hacernos partícipes de una historia compleja a la vez que simple y definitoria para unas cuantas generaciones que tienen mucho que contar. Después de treinta años he vuelto a Urda convertido en Pueblo Santo, con Derecho Canónico a celebrar a su Cristo en medio de un gentío apabullante. Y he concelebrado un rito congénito, mientras los recuerdos se hacían carne y habitaban entre nosotras y nosotros.
Aunque mi mente, con tres o cuatro neuronas activas, me transmite imágenes de la primera vez, científicamente es imposible que me acuerde de aquel viaje inaugural a Urda, población a caballo entre los Montes de Toledo y La Mancha Perfecta, de un 1968 en el que mis tres años cumplidos se fueron de excursión el mismo 29 de septiembre. Era en la liturgia la Fiesta de los Santos Arcángeles Miguel, Rafael y Gabriel (que sigue siendo mi patrón igual que de todas aquellas y aquellos que han puesto la voz en la radio y la televisión, en los heraldos y viajeros o en los pregoneros municipales) pero mi abuela mama Emma y mi Tita Lola, junto con la Pepa y otras vecinas de calle y de corrala, me llevaban en “la Viajera”.

La víspera del final del mes de la Vendimia, como lo definieron los enciclopédicos revolucionarios franceses, era la de los seres de luz encargados de matar al Demonio, defender la Salud de los humanos o anunciar la llegada de Profetas y Mesías que habían de cambiar el destino del mundo. Pero en las provincias limítrofes del Primado Imperial y el Prior de las Órdenes Militares, una imagen de Jesús Penitente cargado con la cruz de los pesares de la gente, llamaba desde hacía siglos la atención y la fe de personas que no comprendían del todo lo que aquello representaba.

Aunque me lo contaron muchas veces, no soy capaz de rememorar las causas de aquella devoción de mujeres jóvenes para la posguerra y mutiladas de ideas tras tantos sinsabores, cárceles y desgracias. Pero sé ciertamente que este Señor Manchego, atado a un madero y navegando en un barco, me dejó impresionado para siempre.

Mi abuela Guillermina y su hermana Dolores se ponían en marcha desde hacía años en este recorrido de piedad y misterio. Sé que algunas veces se fueron en el tren de Madrid, que paraba en todas las estaciones y que en la localidad bola las dejaba a media legua de distancia de los lugares sagrados en los que visitaban al Santísimo Cristo de la Vera Cruz, una imagen preciosa de madera polícroma que dejaba caer su cabellera (parece ser que donada por una chica de pelo precioso) sobre una túnica morada y bordada en seda y oro que me dejó estupefacto. Porque yo reconocía la imagen doliente de un Paso de Penitencia: el Señor con la Cruz a cuestas, impropio de una celebración festiva y más apropiado, en cualquier caso, para el Viernes Santo.

Era el “Cristo de Urda”. Todavía hoy me estremecen las letras del nombre del municipio, que ahora sé que puede proceder de las tierras limítrofes de celtas e íberos oretanos, en la historia del mundo al que pertenezco por estirpe. Este gentilicio imponente se hace eterno en mi propia historia personal. Desde aquel 68 que en París producía una revolución estudiantil con la imaginación encaramándose al poder, casi todos los años, hasta los veintitantos, recorrí los caminos antiguos y modernos para encontrarme con la aventura.

Salíamos de madrugada, organizados por matronas piadosas como María Trujillo, en un tropel de autobuses llenos de mineros, rabaneros y corchos, culipardos y churriegos, hasta encontrarnos en las canteras de caliza y de mármol que nos recogían más de dos horas después. Yo no podía dormir en toda la noche, porque los nervios de aquellos trayectos me impresionaban hasta límites extremos. A lo mejor el cansancio me vencía ya cerca del amanecer, pero entonces me levantaba la tita y me decía que me peinara, poniéndome la colonia de lavanda de Antoñejo y ropa de domingo, aunque aquel 29 de septiembre cayera en martes.

Salíamos del bar El Sol o de Simago, después de un café que parecía achicoria pero que a los viajeros les sabía a la gloria de cualquier resurrección. Al llegar al destino, lo primero era la visita a la iglesia de san Juan Bautista, a ver al Cristo y rezar el padrenuestro. Después venían el café con churros y la Función Solemne. A las doce salía la procesión y después un refresco, un chupón de azúcar de la feria y el regreso a casa como si nos hubiesen bañado en agua bendita.

Cuando murió mi abuela, mi tía siguió llevándonos a mí y a mis hermanos. La foto que tengo al lado de mi hermana Mila, protectora desde la eternidad, se la hice allí. Sale hermosa como no podía ser menos y celebra con sus ojos enormes el jamón o el muñeco que siempre nos tocaban. En otras instantáneas me encuentro con los botijos y los juguetes baratos, las medallas, llaveros y colgantes de la limosna de la imagen bendita y el sabor de un recorrido que nos dejaba limpios y nos hizo escribirnos con muchachas y muchachos de todos los lugares a quienes no volvimos a ver jamás.

Este año, lo he dicho, he vuelto a Urda, como portador de una promesa que se repetía 30 años después. Las emociones de todos los recuerdos me han hecho llorar y disfrutar cada instante del reencuentro. Estamos en el Año Jubilar del Santísimo Cristo de la Vera Cruz de Urda, declarado universal por san Juan Pablo II. Miles de personas desbordaban una villa de apenas dos mil quinientos habitantes. Mi amigo Amalio me acompañó entre tantos estremecimientos y vi la canoa sagrada del Señor de La Mancha que superaba creencias y agnosticismos. Hasta pude saludar a queridos amigos y amigas a quienes no veía hacía años. No sé si he ganado el Jubileo, pero en mi corazón se han desatado los huracanes del cariño hacia todas las personas que me faltan en la vida pero que, a través de este Cristo Marinero Manchego, se reencarnan en mi conocimiento por toda la eternidad.
Foto: Turismo Castilla-La Mancha
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