Recetas para volver al trabajo

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Puertollano Magazine

Ecoembes

13Abril 2020
Recetas para volver al trabajo
Para sonreír, recuperamos aquí unas recetas divertidas, que me ha pedido mucha gente, y que publicamos en La Comarca de Puertollano hace veinte años o así. Nos pueden servir de cara a empezar a trabajar, quienes tengan que hacerlo después de Pascua, son un semblante mas alegre. Aprovechamos para ofrecerles el listado de los empleos esenciales, con todas las precauciones del mundo, al final de este editorial.
EL POTAJE:

La verdadera historia del potaje de vigilia comienza en la Abadía de las Hermanas Marmotinas de Vichy Catalán. Cuenta la leyenda que las monjitas, venidas a menos desde que una novicia de familia ilustre y riquísima había engordado antes de jurar los votos perpetuos, se empeñaron en que ninguna de las nuevas postulantes se diera a la molicie y a deglutir salvajemente las tetas de abadesa, los rabos de fraile y otras fruslerías de la pastelería conventual, que ponían en riesgo no ya la salvación del cuerpo sino la gastroenteritis más impía.

La reverenda madre sor Estulticia de la Deflagración intentó unas componendas para que todos los platillos y pastas de la monacal cocina no transformaran la Cuaresma en un vodevil, con lo que aprovechó unas sacas de garbanzos que había que salvar a toda costa del gorgojo. La madre, que era muy picajosa, se aventuró en el huerto para deshijar algunas berzas, arrancar los berros y verdolagas del regato del conventillo y, con varios baños de agua, devolvió a la vida una momia de abadejo que sus hermanas habrían tirado a la basura si se hubieran enterado de que no era el brazo incorrupto del mártir fundador.

Como habían desenturbiado el vino con las claras de varios miles de huevos de sus propios corrales, la hacendosa y un tanto rácana superiora revolvió las yemas con pan y perejil, friendo las bolitas en aceite. Una cabeza de ajos y una cebolla huérfana, se pusieron a cocer a fuego lento en una marmita predecesora de las ollas del Santo Voto de Puertollano.

El resultado, contra los mortificantes deseos de la abadesa, fue un caldero delicioso que hubiera recibido la bendición culinaria de Su Santidad si no hubiera sido porque las flatulencias y los retortijones de la comunidad destruyeron la posible beatitud de la receta.

LAS TORRIJAS:

El pintor flamenco Paquillo el Tuerto, famoso por pintar los cuadros en dos dimensiones, aunque dispusiera de los más reputados adelantos ópticos del XVIII, es una figura hoy olvidada de no haber sido por la quema que él mismo hizo de sus discutibles obras en un arrebato de lucidez.

“La hoguera de los óleos del Tuerto” es el romance épico desaparecido de Carrascosa del Laurel, inopinado vate coetáneo que se inspiró por única vez en su vida al ver arder los caballetes del presunto artista. Los únicos versos que conservamos, apenas legibles en el epitafio del desdichado Paquillo, espetan al casual visitante del camposanto: “lo imposible y asqueroso de tus lienzos/ darán cuenta del arte que te fue ajeno”. Y luego añade no sé qué palabra soez muy acorde con la biografía repulsiva del Tuerto.

Paquillo el tuerto, que era de Peralgordo de Aratón, debía su apelativo de flamenco al hecho de que hablaba con acento andaluz y, a poco que le dejaran, se arrancaba por bulerías taconeando con gracia y utilizando la paleta y los pinceles como insospechado y rítmico acompañamiento. Gran bebedor, gran fumador y más grande aún fornicador, levantóse un día amaneciendo con el cerebro turbio del resacuzo. Su amante del momento, una pilingui que siempre le hacía descuento, queriendo prepararle una tostada, no halló en la desamparada alacena sino media hogaza de hacía tres meses.

Rebanó el pan moreno y no encontró otra cosa que vino del que el pintorzuelo siempre hacía acopio en abundancia. Esponjó el reseco manjar en una fuente honda llena del clarete a granel y lo rebozó en un huevo que ocultó en su generoso escote cuando fue a la tienda a ver si la esperaban más clientes. Después de darle dos vueltas en un culo de aceite que quedaba sin origen posible en el fondo de una sartén desvencijada, alegróle con un rocío de azúcar y le presentó el desayuno a su inconcebible amante.

                  Anda, cómete la tostá –dijo la lumi con el deje inconfundible de Chamberí.

El borrachín, que acertó a encontrar en los aromas de la fritanga el
amado olor del fruto de la vid, repuso con voz aguardentosa:

                  Lo que yo tengo es una torrija…

Y así nació este dulce inigualable que posteriores manos mejoraron de manera sobresaliente cambiando el vino por agua, leche merengada o almíbar de miel.

LAS NATILLAS:

Alondra de la Bondad era una poetisa de verso fácil y dulzura insoportable que vegetaba entre unas rentas suculentas y un amor imposible al que cantaba en décimas que pedían a gritos la insulina. De discreto encanto y discutible trato, la rimadora se excitaba leyendo a Bécquer y parodiando a Rusiñol sin vergüenza alguna. Como no podía comer nada que le afectara al delicado estómago, pasaba los ratos en que no declamaba en voz alta con afectada teatralidad inventando platillos con los que deleitar su diabética existencia. Lo malo es que no se le ocurría nada jamás.

Hasta que un día en que las musas le negaban, como de costumbre, su iluminación, mareada con la carestía poética en que la sumían los hados, se preparaba una tortillita francesa. Aquel día, Gustavo Adolfo la había puesto a cien y le entró una gazuza inmisericorde que le machacó los chacras por todas partes. Como al mismo tiempo hervía un poquito de leche para recriar a un ocelote que le había enviado un tío indiano desde Venezuela, no tuvo otra ocurrencia que equivocarse al verter el huevo batido en la cazuelita que preparaba para el cachorro amazónico. Cuando se dio cuenta del error, bajó el fuego, maldijo en los tres idiomas que conocía (castellano, catalán y esperanto) y probó el condumio por si podía servir de alimento al felino lactante. Mareada por una salida de tono que nunca se permitía, descubrió que no era malo el sabor de la mezcla, pero estaba sosa y le abrasó la lengua. Lo endulzó y dejó que se enfriara. Cuando volvió a probarlo notó que se había hecho más espesa, pero le encantó el gusto. Recordó unas rimas que la volvían loca como una perra y escribió la copla:

                   Preparando lechecilla/ para mi lindo ocelote/ me ha salido una natilla/ tan rica como un…

                   Y es que no se puede vivir una fantasía sexual con Bécquer sin que al final te traicione el subconsciente.
Foto: Pastelería Chocolat Puertollano
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