Aunque ahora no podamos creerlo, hace miles de años que las mujeres de todas las tribus humanas en Europa, Asia y África, son conscientes de que cuando ciertos crecimientos en las tetas se hacen demasiado grandes, no les queda mucho de vida. Hay cuentos indoeuropeos, mediterráneos, persas y modernos que nos hablan del terror que sufrían las matronas antiguas al advertir que entre sus glándulas mamarias se anidaban formaciones biológicas que, sin saber exactamente lo que eran, se convertían en el convencimiento de que había un final ineludible y doloroso.
Las “Venus” de piedra de hace más de treinta mil años, se convertían en anuncios de una muerte segura. Sus opulentas formas no eran capaces de encubrir el siniestro final de aquellas concreciones que, en el medio del pecho, atesoraban el clímax de la enfermedad. Así, convirtiendo a mártires y santas en chivos expiatorios del sufrimiento presentido, las fiestas de las iglesias sucesivas se hicieron portarretratos de la esperanza y la desesperación.
No bastaba con que en Zamarramala, por ejemplo, se hiciesen alcaldesas perpetuas a las chicas electas, ni con que los esbirros de obispos y monarcas suscribieran una excepción en el culto machista de los santos. El caso es que, como supieron tantos y tantas mujeres y hombres cultos, había una condena en las alteraciones de los pechos femeninos, que dejaron, poco a poco, de ser estigmas de santidad antigua, para convertirse en la certidumbre de la muerte dolorosa del cáncer.
Yo recuerdo desde mi más tierna infancia a mi Nani. Siempre ha sido una chica guapa, hija maravillosa, madre excepcional, amiga innegable. La conozco desde que nací y la he visto crecer, con su inteligencia superior y su constante voz clamando en el desierto, para concitar en su sombra miles de adeptas, fueran o no señaladas por el cáncer de mama, tuvieran o no tuvieran amigas (y amigos) sufrientes de la criba espantosa de los genes infames. Era y es la matriarca que soporta las críticas y defiende sus principios contra muchos “bienpensantes” a los que no les importa nada.
A ella, a Ana Valderas, sí que le importa todo. Ha traído a Puertollano, para bendecir sus propósitos llenos de investigación y de vida, a los mejores padrinos y madrinas, aliadas y aliados de la misericordia y la voluntad inequívoca de ser partícipes en la búsqueda de soluciones.
Un año más, después de tantos, como la luchadora que es Ana Valderas, digna hija de su madre, invicta esposa de su marido, madre infatigable de sus hijos, tiene en mente dotar a la lucha contra el cáncer de mama y todos los agravios similares, a pesar de no saber cuánto se puede recaudar en esta Ciudad con Corazón de Hierro y de Volcanes, más de cincuenta mil euros, que parecen pocos si no tenemos en cuenta la pena y el descrédito de otras Gongs.
Besos, Ana y amigas, os tengo en lo más alto por los siglos de los siglos. Salud.