Una ciudad de agua y fuentes

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Puertollano Magazine

Ecoembes

28Enero 2019
Una ciudad de agua y fuentes
Del agua nace la vida. Los ríos, arroyos y avenidas que nos circundan tienen su reflejo en el agua que surge, salta, brota o discurre por la Ciudad con el Corazón de Hierro.
Los mayores dicen que Puertollano está enclavada en un paso entre montañas, orográficamente “un puerto”, que comunica, a ras de suelo, plano, el paso entre la Mancha y el valle del río Ojailén. Una de las leyendas urbanas más extendida, en su momento, es que bajo el suelo había un brazo de mar. Posiblemente la confusión venía de los miles de fósiles de tiburones y otros seres presuntamente marinos encontrados en la cuenca hullera. Las vieiras y conchas grabadas en las rocas antiquísimas de Santa Ana eran recuerdos remotos de un pasado marino y de una misteriosa relación con playas milenarias. Hace poco más de ciento cincuenta años, la nueva minería del carbón venía a corroborar lo que la tradición mantenía desde tiempo inmemorial.

Hoy se van sabiendo más cosas. Pero lo que está claro es que la ciudad industrial se asienta sobre unas capas freáticas abundantes y de muy variada composición mineral. Las fuentes, manantiales y pozos, son abundantes en la comarca. Incluso dentro del perímetro urbano. Así se vienen describiendo y disfrutando desde hace siglos.

Si uno viene de Ciudad Real, lo primero que se encuentra son las Pocitas. La más grande es la laguna del Prior, gemela de la Rincona, aunque aquella fue perdiendo sus manantiales en pro de los chalets y urbanizaciones de la carretera de Almodóvar.

Pero la sobreexplotación de los acuíferos también ha afectado a espacios como la fuente de los cinco caños, que dejó de ser potable hace unas décadas. También las fuentecitas de algunas calles y los abrevaderos como el del pilancón.

Afortunadamente, después del susto último, el emblema de Puertollano, la Fuente Agria, vuelve a suministrar el agua gasificada y ferruginosa que ha saciado la sed de muchas generaciones de vecinas y vecinos de esta urbe. Cuando dejó de manar, muchas gargantas y bocas se secaron.

Desde el siglo XV se tienen noticias escritas de la existencia de este manantial. En el XVII, Alonso Limón Montero, un sabio precursor de la Ilustración, ya habló de las aguas acedas de Calatrava, de España y de Europa, situando a las de su villa entre las mejores. El agua agria ha regado las huertas puertollaneras y ha llenado, incluso, los biberones de los más pequeños. La fuente, situada en el Paseo de San Gregorio ha arrojado millones de litros por sus cuatro gárgolas que forman parte insoslayable de la historia.

Para quedar con alguien en el paseo, sin perderse, está claro: hay que decir que nos vemos en la fuente agria a tal hora. No es extraño, pues, que se viviera con alarma la última sequía que abortó los chorros con los que la identidad puertollanera se proclama. Afortunadamente, ya podemos seguir quedando en la Fuente del Doctor Limón.
 
En la calle San Gregorio, que se llama igual que la plaza en la que construyeron un coso ya perdido, lo mismo que el paseo, antiguamente ejido porque estaba arbolado y llevaba a la ermita de la Virgen de Gracia, también había un bebedero, que se desvió hacia la calle San Pedro, denominada como la de la fuentecita, que sirvió para aliviar la sed y preparar el mortero y la tapia con los que se iban levantando casas y cercas hasta la falda de Santa Ana. Aunque no parezca que hace tantos años, yo he visto a señoras y chicas que se ponían la almohadilla en la cabeza y escalaban la cuesta inmediata como si no les pesara apenas la carga hidrológica con la que sus vértebras aguantaban el ascenso. No se me olvidan los tragos fresquitos que nos ayudaban, de niños, a soportar el relieve hacia la cima. Ya habían llegado las acometidas, pagadas muchas veces a plazos, con las que un grifo en cualquier patio remediaba las cargas tremendas del aporte diario.
 
Había otros grifos en el paseo, así como en muchas otras vías, que nos ayudaban a llenar cantimploras y botellas, entonces de cristal, acosadas de vidrios rotos y accesos a cualquier alcantarilla. La calle de las cañas, en la que luego reabrieron el último cine nuestros queridos hermanos Ortega Gracia, seguía derramando su perfume incoloro a través de cinco arterias que todavía, con verjas de hierro para clausurar el ansia detrás de las películas. Se trajo del oeste, de las rocas intrínsecas que miran a San Agustín y a San Sebastián, como santos inequívocos de las plagas y miserias. Pero vino a sostener a un pueblo sediento que siempre andaba buscando corrientes subterráneas.
 
De la finca de Patón seguían viniendo caudales inmortales con los que definir ventiscas y arenas movedizas. Y al fin, los ingenieros de Solís y del INI construyeron un embalse que se quedó chico cuando pasaron los años. Su prometida ampliación se fue postergando hasta que por fin
 
¿Un traguito?...
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