Efectivamente, los solsticios y los equinoccios no están emparentados con la certidumbre. La Tierra se acerca y se aleja del Sol con una parsimonia que a cualquiera que no esté versado en la Astrofísica le puede parecer caprichosa. Cuando mayor es la distancia entre los dos astros que gobiernan nuestro Mundo, resulta que en vez de invierno es verano. Gracias a eso no se achicharra el planeta azul en su recorrido de círculo casi perfecto alrededor de su estrella.
La Tierra está, gracias a la Luna, que la obliga a través de su fuerza gravitatoria, inclinada sobre su eje magnético, que tampoco coincide con el polar. Estos detalles son para hacernos menos infelices ante el Universo Fatal que nos aguarda. Debido a estas cuestiones, mientras el Campo Electromagnético de nuestro Mundo consigue desviar los rayos cósmicos que podrían acabar con nosotros, la faz que este cuerpo maravilloso ofrece al centro del Sistema Solar es una cara oblicua que consiente mareas en los océanos y en la propia superficie sólida, amén de una variante climática que evita que las estaciones ocurran cuando les dé la gana.
Gracias a estos detalles, aunque perversa, la vida terráquea es la más diversa, ambigua y terrible de las que se pueden dar en el Espacio. Toda esta animadversión del Infinito contra la tranquilidad terrestre es la causa y el efecto de la Existencia. Somos así, sufrimos así, medramos así y conseguimos la supervivencia de mil millones de especies gracias a un conglomerado de energía que se debate ante la muerte para garantizar la vida.
La provincia mágica de Ciudad Real, los Campos de Calatrava y de Alcudia, con sus prolongaciones en la Geografía de este mundo terrible y magnífico, están sumisas y anegadas de corrientes magnéticas, fuerzas telúricas y circunstancias capaces de extinguirnos a todas y a todos, o también de hacer que, luchando contra la adversidad, sobrevivamos a las propias galaxias que nos han formado.