En el año 1348, aproximadamente unos meses después de que los mercaderes venecianos a la vez que los turcos esparcieron en el Viejo Mundo los bacilos de la Peste Negra, el antiguo enclave de este puerto sin cuestas también recibió los bubones de una epidemia que había de reducir la población de Eurasia y África en más de una tercera parte de sus habitantes. Puertollano sucumbió, como tantas villas, y se quedó en el esqueleto de unas cuantas familias, algunas de las cuales se quedaron sin padres, hijos y nietos con los que continuar sus linajes.
La tradición del Santo Voto nos cuenta, con tintes legendarios, mitológicos y bíblicos, que quedaron únicamente trece casas con sus vecinos indemnes. Si es cierto que antes pasaban del millar, ahora se reducían a poco más de cien, terriblemente asustados por la muerte y la desolación que habían vivido.
Emparentando sus supersticiones con la quema de brujas y de gatos (enemigos reales de las ratas cuyas pulgas trasmitían la infección) recurrieron a antiguos rituales en los que el sacrificio (ofrenda en cristiano) de unas reses trataba de erradicar la tragedia vivida. Se les unieron los atemorizados forasteros de las aldeas, que acudieron a rogar a Santa Ana, San Sebastián y San Gregorio, que les protegiera de semejante calamidad. Un guiso de carnes y viandas, sustraídas a su misma hambre ancestral de un Medievo sin recursos, sirvió de contramedida generosa contra el implacable exterminio de su propio dolor. Parece ser que dio, al menos para esas casas, un resultado esperanzador.
Pero la repoblación cristiana de los calatravos norteños y sus propios criados, les obligó a encomendarse a una Santa mucho más poderosa: la misma Madre de Dios, Virgen Santísima, heredera de la Madre Naturaleza y Protectora Divina de sus adoradores. Santa Ana se quedó chica y su hija, progenitora del mismísimo Yahvéh hecho carne fue la destinataria de sus plegarias. Unas décadas después, según se hacía por los caballeros-monjes-soldados de san Raimundo de Fitero, una nueva ermita mesteña se construyó justo en medio del paso entre montañas y su oratorio, al pie de la Montaña Sagrada, en cuyos cimientos se habían enterrado, llenos de cal y de angustia, los caídos en la pandemia.
El siglo XIV fue por fin el tiempo en el que se levantó la actual Parroquia y Santuario de la Señora de este Pueblo, con sus muchos avatares, venturas y desventuras en las que se ha sumido la creencia, el olvido, la resistencia de las almas y la propia realidad de una Adoración Totémica que no admite rival. Muchos queridos amigos comunistas, anarquistas y ateos absolutos, se han juntado conmigo para ver el regreso a la Iglesia de la Imagen Preciosa, cuatro veces quemada o destruida y otras tantas rescatada, en la que reflejar los miedos, los deseos, las penas y las glorias de una comunidad confusa e inconstante.
El tiempo se encarga de hacer menos importantes hasta los sacrificios o los crímenes más inexplicables. Por eso es ahora tan fácil hacer conjugar el rol de los apóstatas con la maravillosa tolerancia hacia los pecados ajenos (sean reales o enjuiciados por los dueños de ideas contrarias) y dejar en el perdón o la neutralidad las condenas que tan fácilmente nos resulta emitir.
Este viernes, día 8 de septiembre, Nuestra Señora Santa María Madre de Dios, llena siempre de Gracia y Patrona de Puertollano, recorrió las calles hermosas de la más hermosa población para que todas las gentes que vienen a verla le pidan una posibilidad para el porvenir. Así lo hacemos todos los que pensamos que no hay mejor sitio en el que haber nacido ni un lugar más propicio en el que disfrutar la vida.