A mí, lo digo de todo corazón, lo que me apetecería pagar de impuestos al año superaría los dos millones de euros, señal de que los otros dos ingresaban en mis cuentas en los doce meses de fiscalidad. Es muy sencillo convocar a manifestantes en contra de una imposición sobre Bienes Inmuebles que (esto no lo explican) va a suponer dos o tres euros más cada año (no en éste, que ya se está pagando). Quienes protestan, no lo olviden, son quienes más tienen que pagar, porque son dueñas y dueños de enclaves superiores, en zonas más caras y rentables a la hora del alquiler o venta, y que protestan siempre que tienen que abonar un porcentaje algo mayor en las contribuciones al Pueblo de Puertollano.
Haciendo cuentas, quienes pagan (creo que es la mayor tasa en el ayuntamiento) alrededor de doscientos euros, a partir de septiembre de 2020 tendrán que abonar dieciocho euros más. Los que tienen una propiedad cuyos valores catastrales aporten entre cincuenta y 70 euros, van a desembolsar, el año que viene, 6 euros de diferencia.
Aunque la demagogia nos pueda llevar a que esos seis a doce euros, en el mayor de los casos, pueden causar la muerte por inanición de no sé cuántas familias, lo cierto es que no se nota, por más bombo que le queramos dar a la noticia. En Puertollano hace más de diez años que no se ha subido la contribución, al tiempo que se cerraban empresas y su IAE dejaba de engrosar las arcas municipales. Las deudas de los tiempos boyantes y las sentencias sobre terrenos baldíos requieren que paguemos, o que nos resignemos a barrer nosotros las puertas, fachadas y aceras de nuestras calles.
Si caemos en la trampa de quienes nos incitan a manifestarnos en contra de estos pocos euros o céntimos que habremos de apoquinar en el ejercicio fiscal que nos espera, estaremos defendiendo a aquellos que se resisten a rendir cuentas sobre herencias, riquezas o aportaciones que se destinan al alumbrado público, a la retirada de excrementos caninos, a la limpieza de espacios comunes, al mantenimiento de escuelas e institutos, incluso a la concertación con colegios, clínicas privadas o guarderías del ámbito de los que siempre se han servido de lo colectivo para no gastar sus propios caudales.
El encarnizamiento público y la complicidad con los ricos no merece ni siquiera estas palabras, pero el desahogo que me producen a mí y a muchas personas de esta tierra, sí que vale la pena.