En muchos municipios, casas consistoriales y demás arquetipos de representación urbana, se han colgado en ventanas y balcones unas apariciones lanceoladas y múltiples, desentrañando el espectro de luz que ofrece cualquier prisma al ofrecer la luminosidad de un rayo blanco, sólo aparentemente, para que los estereotipos del mismo ser humano se identifiquen, o no, con las distintas orientaciones de la gente.
Las banderas no definen a nadie. Es más, las banderas suelen servir para separar voluntades e identidades de una manera idólatra, subterfuga y poco dada a la comunión de la mismísima compasión o tolerancia. Si perdonamos nuestras propias inquietudes, seremos siempre capaces de aceptar a quienes no se constituyen en nuestros mismos límites.
Desde que dioses, hombres y testimonios sagrados hicieron mella en la comprensión de los que no hablan igual, piensan del mismo modo o encuentran el desnudo contrario más o menos atrayente, atractivo o abstracto, el planeta parece no encontrar las razones para permitir lo que no pudiera parecernos lícito.
Pero desde que los malvados monoteístas quemaron los magníficos versos de Safo de Lesbos, a quien nadie ha podido superar en cuanto a calidad literaria y manifiesto romántico, desde que a los mudísimos dioses que adoraban a chicas y efebos, según su talante del momento, desde que no supimos que Anacreonte dedicaba sus odas a atletas bellísimos y a competidoras llenas de gracia y hermosura, seguimos ofendiendo a los auténticos creadores de la vida, que daban tanta importancia a la reproducción de algunos semidioses, como a la adoración que ninfas y muchachos, dedicaban a sus propios mitos, aunque esta necesidad les hiciera adorar un cuerpo masculino o femenino desde sus propios cuerpos masculinos y femeninos. Tal es la irrefrenable voluntad del mundo.
Hoy quienes se manifiestan por sentirse orgullosas y orgullosos de pertenecer a aquellos seres que aman, fornican o adoran a aquellas personas de su propio sexo, a quienes se sienten identificados con mujeres y hombres al margen de lo que tienen entre las piernas, a los bienaventurados que pueden alternar el placer con machos y con hembras, el arcoíris se les queda chico para poder proclamar sus DIFERENCIAS.
Felicidades, por tanto, desde PUERTOLLANO MAGAZINE, a quienes quieren mostrar su diferencia, después de tantos pesares y arrogancias, en contra de aquellas huestes que, simplemente por miedo o por envidia, se oponen a contemporizar y a permitir esta fiesta magnífica.