El pasado viernes, festividad de Santa Ana y San Joaquín, me acuerdo de lo que sé en cuanto a geografía y a las mismas leyendas que ilustran nuestra historia.
En los siglos pasados, cuentos y tradiciones han servido para recordar que había un “Enebro”, que bien pudiera ser un “Acebuche”, que destilaba aceite para el culto de la antigua deidad. Santa Ana pudiera se Anatha, Roxana o Venus Afrodita. Las leyendas sobre antiguos enebros, madroños, acebuches o mirtos, siguen siendo las mismas que cubren toda Europa con tantas tradiciones más o menos difuntas. Pero el caso es que en la Avenida de María Auxiliadora, deseando ser cómplices de los escalofríos de cualquier barriada nacida de las minas, tenemos suficientes conocimientos y relatos para hacerlas coincidir con la necesidad de fiesta, de celebración o de sometimiento.
Cuando veo a Isabel Rodríguez, de nuevo, como la vi de joven entre tantas verbenas, sigo pensando que el futuro está abierto a mejores circunstancias. Y la creencia en la bondad de vecinas y vecinos me hace pensar que podemos sobrevivir y triunfar entre tantos avatares.
Nacer entre la Calle Castelar y San Gregorio, tiene una marca en las redes sociales. Esta esquina en dos vías tan insignes que marca lo que sube de los Helados Payá y los sacerdotes o sacerdotisas de la Quinta Avenida, tiene que ser, por fuerza, un sacrificio de copas y de duendes, de versos malheridos y de pocos misterios en los que hundir, por fuerza, un aire de futuro.