Cuando tomamos una copa de vino y nos dejamos inundar los sentidos por esta auténtica sangre de nuestra tierra, podemos olvidarnos de muchas cosas. Descansar de los problemas, superar los obstáculos y entender que este alimento de los dioses nos puede sanar y deleitar por todos los poros de nuestra piel y nuestro espíritu.
El vino se disfruta con todos los sentidos. El tacto de los dedos, al rozar en el cristal y el de los labios en su borde y en su contenido… El oído al sentir como cae desde la botella, la venencia o la caña, como el surtidor de una fuente de la vida… Si vamos a Valdepeñas no podemos dejar de sentir su calidez, su presencia en todo el mundo. Allí veremos los tintos de Bolaños de Calatrava, esos vinos volcánicos de Moral de Calatrava, que superan al riesling porque además de lava y piedra pómez tienen el sol calatraveño.
La vista al descubrir los matices de color en el que los blancos van del pálido al oro, al verde, a la esmeralda. Los rosados alcanzan la paleta de un pintor y los tintos tienen tantos reflejos como el arco iris… En casi toda la provincia se hace vino. No nos podemos perder los que se hacen en Alcázar de San Juan, Campo de Criptana, Herencia, Villarta de San Juan…
El olfato no alcanza nunca, ni en los mejores casos, a detectar la enorme cantidad de matices, de recuerdos sensitivos, de aromas de todas clases… Las viejas bodegas de Almodóvar del Campo, de Argamasilla de Calatrava o Villamayor de Calatrava.
Y el gusto no encuentra palabras para describir sabores y memorias que forman parte de nuestra relación ancestral con la Naturaleza entera. Ciudad Real, Carrión de Calatrava, Daimiel o Tomelloso, con Manzanares también y Socuéllamos.
Al vino se le ha escrito, cantado, adorado y ensalzado. Poetas y músicos han encontrado en él su más ardiente Musa. Los particulares han hecho buenos vinos de pitarra en Herrera, Chillón, Almadén y fincas particulares de todo el territorio.
También nos lo han prohibido leyes divinas y humanas que no siempre han entendido que la moderación, la medida y la mesura, es lo que se debe imponer en las mentes y las civilizaciones sensatas. Pero a los enfermos, en cualquier caso, siempre les han despachado vino.
También, quizá, nos olvidemos de todo lo que ha sucedido hasta que nuestra copa ha recibido el beso blanco, rosado o tinto de una bebida que forma parte de la cultura y la dieta en toda la cuenca mediterránea. Porque lo cierto es que han pasado muchas cosas hasta encontrarnos con ese regalo de la Gran Madre Tierra. Porque desde que se plantó el esqueje de la vid, se ha tenido que trabajar mucho. Los vinos de licor y las mistelas también tienen el corazón alegre en Villarrubia de los Ojos, Fuente el Fresno y muchos pueblos, casi todos, que deberíamos visitar cuando podamos.
Lo mismo se injertó en una cepa americana, para librar a la futura planta de la terrible filoxera. Quizá se eligieron variedades nuevas, de las que la investigación humana está logrando para resistir a los enemigos naturales de la excelsa parra. Pero una cosa está clara: si se hizo en esta tierra, esos sarmientos brotarían en el viñedo más grande del mundo.
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