Cuaresma

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18Marzo 2019
Cuaresma
Desde el miércoles de Ceniza hasta el Lunes de Pascua, se extiende la Cuaresma como un surco de frío que los días de febrero y de marzo se obstinan en parecer amables. Cuando llega la noche, es más, la madrugada, los termómetros se refugian en heladas que no se atreven a traspasar las calefacciones, los coches y las fábricas, aunque se ríen constantemente de la credulidad de las personas. Las escarchas de las cunetas y los sembrados recuerdan, a los optimistas de espaldas para adentro, que dieciocho grados a mediodía no son sino un espejismo para pillar descuidados a los que no se abrigan. Así, los rituales de plenilunio y creencia, se quedan desguarnecidos a no ser que se pongan encima ropa buena.
Siempre soy partidario de los ruiseñores que no mueren congelados en una madrugada bajo cero, de los mirlos que cantan bajo mi ventana y tienden trampas a las hembras sutiles que se han quedado groguis bajo la inclemente temperatura. Si los sacerdotes, las huríes y los astrólogos se hubiesen levantado a tiempo, la Semana Santa y, por lo tanto, el fin de la Cuaresma, lo estaríamos viviendo en primera persona.

La Pascua de Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, con su Pasión a cuestas, tiene que celebrarse, según dictó el Concilio de Nicea en el siglo IV A.D., justo cuando la Luna Llena aparece sobre el horizonte después del equinoccio primaveral. Si esto fuese así, este 20 de marzo entraría la estación de las flores y, justo un día después, Selene se haría reina absoluta en el cielo sin nubes de este invierno de secano y de sed inenarrable.

Al comentarlo con quienes están al tanto de semejantes acontecimientos universales, me han preguntado, llenos tanto de cólera como estupefactos, por qué si la Diosa Ceres comienza su reinado este 20 de marzo, mientras el astro compañero se dibuja completo en el cielo el 21, que es miércoles, no conmemoramos la Pascua Judía justo esta semana en que los desocupados lectores se sirven de este texto.

Efectivamente, si la Primavera comienza el miércoles, 20 de marzo, y la primera luna llena llega el mismo 21 del mes de Marte, ¿por qué no estamos ya llenos de palmas y ramos de olivos para comernos el hornazo el domingo siguiente al próximo? No se alarmen las amigas y los amigos de este Puertollano Magazine, siempre listo a divulgar las cuestiones más dispares y a que ustedes se ilustren en lo poquito que sabemos. Es verdad, incuestionable, que el Concilio de Nicea, que se celebró en la ciudad italiana para poner en serio el Credo y la Trinidad Primaria, allá por el año 381, ya en la sede de Constantinopla, aclaró, además de estas confesiones de fe, la forma de celebrar la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. Teodosio acabó de esta manera con los paganos y sus astrólogos, sin pensar que lo habían sido los Magos de Oriente que confirieron su Sacro Ministerio a Emmanuel hijo de Jusef y de Miriam, de la Casa de David y de la estirpe Levita y Macabea al mismo tiempo.

Tanta fue la importancia de este príncipe hebreo, seguramente nieto de Herodes, biznieto de Judáh Maccabi, y una persona que dejaba atónitos a aquellos que iban a hablar con semejante rabino, que puede yuxtaponer sus hechos y los de sus secuaces, a la misma altura de los profetas que luego han sido heredados por el cristianismo y el islam. Los textos sagrados insisten en que su martirio y divinización fueron puestos en marcha en la Pessaj, o Pascua Judía, de un año treinta y tantos antes de su propio nacimiento, tal es la importancia de la onomástica de semejante personaje.

Pues bien, Teodosio, a la sazón emperador romano que unía clandestina y débilmente a los de Oriente con los de Occidente, además de ser un enconado enemigo de los arrianos y los prepriscilianos, estaba hasta las médulas de sus consejeros devotos de Palas Atenea, de Júpiter-Zeus-Amón y de toda la caterva de mitologías alejandrinas, enfrentadas constantemente con los grandes patriarcas del Delta del Nilo, que no dudaban en ofrecer la Septuaginta o los Evangelios Apócrifos. Mientras quemaban idólatras y astrólogos en las hogueras de la desembocadura del Nilo, Teodosio, un español de cuna y sepultura incapaz de perdonar los pecados ajenos, al tiempo que era tremendamente indulgente con los propios, proclamó los Edictos necesarios para erradicar a los que habían martirizado a sus padres y amigos.

Así, en las actas de tan extraordinaria reunión de las iglesias cristianas de tan remota esencia, proclamó con el horóscopo de su misma madre atormentada que la festividad de la Pascua habría de coincidir con la de los judíos, a los que odiaba con oculta rabia, pero que conservaban, siendo una religión solar de Yahvé contra Anatha, los meses lunares de Nissan y de su historia. No vamos a hablar ahora de la destrucción de templos y bosques sagrados, eliminados como hace en Cantabria o Asturias cualquier pirómano de escasa certidumbre. No vamos a hablar de cómo se vengaron los activistas e integristas cristianos de todos los que les habían castigado antes. No hace falta, porque estamos hablando de por qué sigue celebrándose la Semana Santa en el primer plenilunio de primavera, permítaseme la aliteración.

Es verdad, astronómicamente, que el domingo pasado, 17 de marzo, tendría que haber sido el Domingo de Ramos, en el que nos deseáramos la Paz los seres humanos de Buena Voluntad. Y sin embargo, a pesar de los esfuerzos científicos, habremos de esperar un mes hasta que se cumplan las expectativas. Bueno, 28 días exactos, los que dura la fase de la luna.
Porque las enseñanzas del Credo de Nicea parten de los conocimientos, fuera ya de calendarios julianos o gregorianos, que dieron los astrólogos abrasados con leña de chopo y de retama, por no haber sido capaces de adaptarse a los tiempos. Porque es un dogma de fe, aunque la astronomía lo desmienta, que la primavera entra obligatoriamente el 21 de marzo. Y este año, fíjense ustedes por dónde, la luna llena coincide también con esta fecha radiante.

Pero si volvemos a Nicea y Constantinopla, habremos de leer, en la Ley promulgada por Teodosio, que la Semana Santa habrá de celebrarse, por los siglos de los siglos, en el primer plenilunio de la primavera después del 21 de marzo. Por eso, este 2019 en el que ponemos tantas esperanzas, tendrá que culminar la Cuaresma y celebrar la Pascua, casi justo un mes después de que la estación de la resurrección de la vida haya empezado, indiferente a solsticios científicos, el 21 de marzo, con lo que será el 14 de abril, conmemoración tan republicana, cuando el calendario cristiano ponga en rojo un Domingo de Ramos de olivo y esperanzas de Paz.
Foto: National Geographic.
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