Fueros

síguenos en redes:
Puertollano Magazine

Ecoembes

06Diciembre 2019
Fueros
A lo largo del tiempo, que siempre es menos que una sonrisa y más que un reflujo gástrico insoportable, el ser humano se ha refugiado en una serie de leyes más o menos autónomas en las que preservar su propia esencia. Así, hasta que en 1978 nos aprobamos una Carta Magna en la que sostener nuestras iniciativas, ha habido una política con la que establecer derechos y justicias que ni han sido definitivas, consentidas o amables a través de la Historia. El seis de diciembre de aquel año bendito, en el que nacieron Manoli, Miriam y el gran atleta, nos reunimos ante las urnas poco antes inventadas para dar lugar a la primera unión de voluntades que se había producido en más de cuatro décadas.
La Constitución Española que se promulgó en el 78 fue, para mí y para muchas personas que viven todavía, un librito de color sepia que nos echaron en el buzón o por debajo de las puertas unos meses antes de que se llamase al voto, por sufragio universal directo y secreto, a los hombres y mujeres mayores de 21 años que tenían derecho por empadronamiento a ser convocados al Referéndum. Hacía muchísimos años desde la última vez, en 1936, que se había representado tal oportunidad. Porque desde entonces (y contamos 42 almanaques) había sido imposible que mujeres y hombres se citaran ante una pecera de plástico transparente para decidir la propia legislación básica de un pueblo llamado España.

Sí que se había llamado a la “Democracia Interna” a los padres de familia, incluso a las viudas y madres solteras, que dejaron de ser pecadoras irredentas para que fueran partícipes de una ensoñación adscrita al III Plan de Desarrollo. Pero no era real. “Hemos ganado los de siempre”, decían los señorones ante los escrutinios fantasiosos de la época.

En ese momento yo, con catorce años recién cumplidos y deseoso de formar parte de la historia, me aceleraba, el mismo 4 de diciembre, con los ecos de una Santa Bárbara que ya estaba vencida tras el cierre reciente de las minas, y el nacimiento de mi hermana Manuela. Era hijo de personas humildes y nieto de comunistas que habían sido condenados a levantar el Valle de los Caídos y falangistas que me enseñaron los números romanos para poner en las esquelas el Año Triunfal. Mis abuelos me enseñaron a no odiar a nadie y sigo haciéndolo con mayor o menor éxito en el siglo nuevo.

Mi madre bendita parió a Manoli ese 4 de diciembre, cuando los mineros se ponían a reventar barrenos en las laderas de los montes y los odios terroristas de la ETA y de los fascistas mataban a familias inocentes de guardias civiles y abogados inocentes en la calle de Atocha. Recién parida, María Caballero, junto a su marido Bernardo Hernández, acudió a votar para decir que sí a una Constitución que tenía que hilvanar nacionalismos y fanatismos de todas las clases. Hubo amnistías y reconciliaciones. El mundo sonrió a una monarquía hispana recién nacida de terribles dictaduras y odios que parecían incapaces de reconciliar a aquellas dos Españas que creíamos antiguas.

Ahora, cuando siguen estando en pie las estructuras de amenazas anacrónicas y deseos nacionalistas que tratan de estrangular a los contrarios, me acuerdo de los tiempos de aquel Felipe V tan odiado, que sepultó los organismos autónomos de señores y burgueses, abrió las puertas a la esclavitud de América e hizo ricas a las grandes familias de sus amigos borbónicos y sus enemigos austracistas, para que se quedasen tranquilos y millonarios.

Al otro lado de los Pirineos, el Rosellón y la Cerdaña, tan amados por la corona aragonesa y defendidos por las tropas castellanas y leonesas, en la gran madre ilustrada de Francia, renunciaron por orden de los reyes y sus gobernadores a expresarse siquiera en catalán.

Entonces, muchos niños y niñas que habíamos nacido con las lágrimas de los ministros franquistas al proclamar la muerte del general Francisco Franco Bahamonde, no teníamos ni idea de la aventura democrática que íbamos a emprender. Lejos de mí criticar a las personas que me han querido y han sido correspondidas sin pensar en ideologías de una posguerra interminable que fue injusta con todas las partes. Sigo siendo hijo y nieto de contendientes que prefirieron cantar flamenco a odiarse de ninguna manera. La ausencia de venganzas me hace libre.

Sin embargo, ahora nos encontramos con una serie de mitos y leyendas que enfrentan a hermanos y amigos, familiares e infantes, en torno a un deseo de independencia que no se comparte más allá de la mitad del escrutinio. Lo mismo ha ocurrido ya en numerosas ocasiones para que nos lo tomemos a broma. Mi deseo de perdón, redención y entendimiento me lo dieron aquellos ancestros que habían tenido que olvidar sufrimientos y afrentas para poder convivir en paz en torno a un vino estupendo y a unos cantes perfectos.

En este año del Señor de 2019 en la Comunidad Catalana, a pesar de la barbarie española, habla su idioma maravilloso un 80 por ciento de la población. En la parte que sube de los Pirineos hacia arriba, tan sólo el 3 por ciento entiende alguna palabra de la lengua extraordinaria de Joanot Martorell. Es para hacérselo mirar.
Comparte esta publicación


 
Política de Cookies
Utilizamos cookies propias para el correcto funcionamiento del sitio web, y de terceros para realizar el análisis de la navegación de los usuarios. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso. Puedes cambiar la configuración u obtener más información aquí. Aceptar