Ser de Puertollano es algo que no se gana con esfuerzo, aunque han sido muchas mujeres y muchos hombres los que llegaron a este término municipal exiguo y drenado por las galerías del carbón y la pizarra bituminosa, por las antiguas minas de alcohol, que era como se llamaba en otros tiempos a los depósitos de cinabrios, galenas y metales ansiados, con los que sacar lo mejor del oro y de la plata, del cobre y del silicio, de tierras raras que nos empeñamos en ocultar, para hacer su nombre y su familia en medio de la inquietud de todos los gobiernos que han visto con respeto y mala hostia cualquier capacidad de la que abastecer la reivindicación y la memoria.
Recuerdo las palabras de mis mayores: “Puertollano siempre estaba de luto”. Las banderas a media asta, los crespones negros en las insignias de vencedores y vencidos, la injusticia social y la represión ante las exigencias del tiempo y de la historia. Yo todavía conservo en la zona intermedia del cerebro puertollanero, las explosiones de grisú y de barrenos, que señalaban accidentes o fiestas según le pareciera a Santa Bárbara, o a Vulcano, o a cualquier dios o diosa que tuviese a bien o a mal sepultar la esperanza entre los laberintos y los dédalos de picadores a los que nada les faltaba, aunque las tarantas se quedasen mudas por no provocar tantas oleadas de mala suerte.
Mis amigos más íntimos me han resucitado siempre a los cadáveres y las fantasías de la crónica urbana y humana de lo que siempre hemos defendido: seguir aquí. En la plana mayor de los lunáticos y los atardeceres de los mismos y las mismas, hemos ido contando las veces que pudo ser y no fue. También ha habido experimentos que han durado tres décadas y se han perdido por pensar que había más amigos de los que eran reales.
Reinventando oleoductos, sacrificios y planes más o menos fructíferos, hemos ido sembrando el día a día de muchas penas y alegrías con que hacer el mañana, el hoy, el siempre.
¡Qué suerte ser de Puertollano! ¡Qué alegría pensar que siempre encontraremos puertas abiertas al talento de mujeres y hombres! ¡Qué gracia esperar el legado que a las niñas y niños de la próxima década les vamos a dejar de par en par!
¡Basta ya de hablar mal de nuestra propia estirpe! Nuestro nombre lo dice: El Puerto Llano, la entrada sin cuestas ni montañas que impidan nuestro paso. Las sierras y los montes están alrededor, fabricando agua agria desde el vientre volcánico de nuestra propia Madre Tierra. Pero el camino es franco y habrá que defenderlo como sólo los que han tenido la gran fortuna de sentir el corazón de hierro de esta tierra saben hacerlo siempre. Pongamos la ilusión y la palabra buena para contarles a todas y todos los que quieran venir a compartir destinos, que aquí está su casa. ¡Viva Puertollano y su pueblo asombroso!