La suerte de ser de Puertollano

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Ecoembes

22Enero 2020
La suerte de ser de Puertollano
Entre las muchas cosas que nos pueden pasar en la vida, una de las más significativas es “ser de Puertollano”. Cito, queriendo y sin querer, uno de los axiomas que inventamos al hacer “La Cuenca Minera”, una asociación destinada desde su propia creación a reforzar las fiestas que más nos unen a nuestra identidad más auténtica: la de haber nacido en una tierra sin igual. A pesar de las crisis, de las reconversiones industriales o mineras, de los finales de época en los que las grandes empresas nacidas de la lucha y la imaginación de políticos y emprendedores, de los cuellos de botella en los que hemos intentado, ganado o perdido las posibilidades de supervivencia y éxito, seguimos aquí, como “Puerta del Valle de Alcudia”, como la Ciudad de la Energía, con la certeza de toda nuestra pelea por el futuro y el ansia por hacer un porvenir mejor que tienen personas irrepetibles como Isabel Rodríguez y un puñado de personas que intentan sacar lo mejor de los mejores.
Ser de Puertollano es algo que no se gana con esfuerzo, aunque han sido muchas mujeres y muchos hombres los que llegaron a este término municipal exiguo y drenado por las galerías del carbón y la pizarra bituminosa, por las antiguas minas de alcohol, que era como se llamaba en otros tiempos a los depósitos de cinabrios, galenas y metales ansiados, con los que sacar lo mejor del oro y de la plata, del cobre y del silicio, de tierras raras que nos empeñamos en ocultar, para hacer su nombre y su familia en medio de la inquietud de todos los gobiernos que han visto con respeto y mala hostia cualquier capacidad de la que abastecer la reivindicación y la memoria.
 
Recuerdo las palabras de mis mayores: “Puertollano siempre estaba de luto”. Las banderas a media asta, los crespones negros en las insignias de vencedores y vencidos, la injusticia social y la represión ante las exigencias del tiempo y de la historia. Yo todavía conservo en la zona intermedia del cerebro puertollanero, las explosiones de grisú y de barrenos, que señalaban accidentes o fiestas según le pareciera a Santa Bárbara, o a Vulcano, o a cualquier dios o diosa que tuviese a bien o a mal sepultar la esperanza entre los laberintos y los dédalos de picadores a los que nada les faltaba, aunque las tarantas se quedasen mudas por no provocar tantas oleadas de mala suerte.
 
Mis amigos más íntimos me han resucitado siempre a los cadáveres y las fantasías de la crónica urbana y humana de lo que siempre hemos defendido: seguir aquí. En la plana mayor de los lunáticos y los atardeceres de los mismos y las mismas, hemos ido contando las veces que pudo ser y no fue. También ha habido experimentos que han durado tres décadas y se han perdido por pensar que había más amigos de los que eran reales.
 
Reinventando oleoductos, sacrificios y planes más o menos fructíferos, hemos ido sembrando el día a día de muchas penas y alegrías con que hacer el mañana, el hoy, el siempre.
 
¡Qué suerte ser de Puertollano! ¡Qué alegría pensar que siempre encontraremos puertas abiertas al talento de mujeres y hombres! ¡Qué gracia esperar el legado que a las niñas y niños de la próxima década les vamos a dejar de par en par!
 
¡Basta ya de hablar mal de nuestra propia estirpe! Nuestro nombre lo dice: El Puerto Llano, la entrada sin cuestas ni montañas que impidan nuestro paso. Las sierras y los montes están alrededor, fabricando agua agria desde el vientre volcánico de nuestra propia Madre Tierra. Pero el camino es franco y habrá que defenderlo como sólo los que han tenido la gran fortuna de sentir el corazón de hierro de esta tierra saben hacerlo siempre. Pongamos la ilusión y la palabra buena para contarles a todas y todos los que quieran venir a compartir destinos, que aquí está su casa. ¡Viva Puertollano y su pueblo asombroso!
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