Puertollano y sus marcas, porque no es una sola, tienen garantizado que, con un poco más de cariño de sus propios vecinos y vecinas, sacarán lo que valen su historia y toda la sangre derramada. Nuestra revista humilde, Puertollano Magazine, tiene un propósito indeleble de servir de escaparate a todo lo bueno que ocurre en esta tierra bendita. No solo la cuenca hullera y pizarrosa, repleta de fósiles que aclaran lo que se puede obtener en caso de necesidad, saben que están ancladas a cualquier demanda de lo que tenga que suceder.
A Puertollano llegan dos enormes tuberías que conducen el crudo y cualquier otra cosa desde los puertos marítimos a los que llegan los barcos y todas sus entrañas para que aquí se transformen en gasolina, gasoil, plástico y tetra bricks en los que transportar cualquier don o alimento. En Puertollano hay un enorme manantial de carbón mineral que puede ser rescatado cuando nos haga falta, lo mismo que las bituminosas placas de arcilla que han consolidado los siglos para que se destilen combustibles y sueños.
Entre los muchos recursos minerales, quizás hoy caros para la roñosa economía global, tenemos cualquier tierra, más o menos rara, con la que poder subvencionar las carencias venideras. Puertollano es rico en los pedruscos que podrían, dentro de no mucho tiempo, salvar la misma salvación de los seres humanos, permítaseme la redundancia. Por eso, cuando defiendo siempre la verdad innegable de su connotación geográfica, me niego a que nos digan “los de las dos mentiras”.
Tanto si venimos del sur, como si procedemos de Ciudad Real y sus caminos más o menos reconocibles por el trazado y asfaltado de las calzadas que los conforman, se ve un paso entre montañas, San Sebastián y Santa Ana, que está a ras del suelo, visible desde lejos. Los antiguos y las antiguas no se inventaban onomásticas ni topónimos en los que no se reflejara la verdad. Un acceso entre dos cordilleras tan notables, que rozan los mil metros de altitud, si no tiene más cuestas que unos pocos centímetros, es llano para el común de los mortales. El Puerto Llano fue mágico para todos los que vivían alrededor. Y el templo erigido en mitad de esa Entrada orográfica hacia el norte o el sur, ha sido siempre un reclamo para los que pidieran la intercesión sobrenatural de la Virgen de Gracia, Santa Ana, Anatha o la mismísima Madre Tierra, que venían a compartir miserias y creencias y a concitar el buen humor de las fuerzas telúricas para sobreponerse a tanta pena o carestía.
Conocí a Isabel Rodríguez cuando era apenas una niña a la que le habían encomendado una labor política tremenda. En su belleza frágil, en sus modos completamente amables, se descubría un destino repleto de venturas y de cosas difíciles. La he seguido viendo y considerándola amiga, he pasado de ser un hermano mayor a convertirme en seguidor ferviente de sus convicciones hacia lo más alto. He tenido que verla desechando familia e intereses para estar siempre por encima de todo, por más incomprendida que fuera su negativa a venderse por nadie. Si hubiera hecho caso de otros consejos maquiavélicos, probablemente tendría una carrera de éxito. Pero no se arrepiente de sus propias decisiones y mantiene una frente no alcanzada por sombras de ninguna mediocridad.
Cuando habla de sus compromisos reales, en los que no vale ser amigo, ni esposo, ni ayudante, es capaz de mirar fijamente a los cielos, segura de que no se reflejará ningún infierno en su sonrisa. Cuando coincide en hablar bien de Puertollano, en descartar cenizos y negarse a los abatidos rencores de unos cuantos, me permite saber que sigue siendo aquella niña que entrevisté en la SER, cuando no era más que una aspirante al Senado de España, y se negó en redondo a ser manipulada por propias compañeras, por insignes nombres de la política con letras mayúsculas o minúsculas, y se mantuvo fiel a sus principios. Ha sido y es leal con aquello en lo que cree, y quiere, como esta revista que tratamos de mantener en ciernes sin hablar mal de nadie, conseguir para el pueblo en el que vive, en el que cría a dos hijos hermosísimos y quiere a los suyos con una pasión que no le tapa nunca la verdad, un futuro en el que las casas estén abiertas, el trabajo al alcance de los que tienen ganas de derrochar su vida por los suyos, y unas calles tan limpias como el corazón de las buenas personas.
Es todo tan sencillo que parece imposible. Pero nos está contagiando su optimismo y las ganas de hacer cosas que sirvan para algo.