Un año lleno de augurios

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Puertollano Magazine

Ecoembes

14Enero 2024
Un año lleno de augurios
Empezar bien el año requiere de ciertos rituales con los que nos hemos emparentado desde hace entre cinco mil y cien años, aproximadamente. Las cifras no son ciertas cuando nadie sabe por qué empezó todo. Porque en cincuenta siglos desconocemos cualquier cosa posible, aunque historiadores y exégetas se las hayan inventado. De un siglo para acá, tampoco son más ciertas las realidades que ha habido. Cuando el bronce llegó a la península ibérica con un margen de error de casi un milenio, los dólmenes y menhires de nuestra tierra original estaban empezando (o terminando) y las invasiones de europeos ancestrales descubrieron en la meseta central de España el vaso campaniforme. Una costumbre tan poco romántica se extendió por todo el continente, llegando incluso a las regiones insulares del Canadá y han vuelto locos a los historiadores para discernir su origen y su postrera difusión. Pero, ¿por qué no? Alguna tribu de los alrededores de Puertollano, aprendió quién sabe cómo a imitar con la arcilla las cuerdas y las pajas trenzadas para hacer utensilios, y proyectó al mundo entero esta sabiduría cerámica y sus modas.
Es seguro que nadie sabe a ciencia cierta cómo surgió una forma de hacer vasijas que sorprendió a cuantas poblaciones se dispersaban por Europa. Yo apuesto por pensar que fue en los castillejos de la protoretania en los que se inventó y resultó atractiva para los nómadas de un terreno surgido de los hielos de la penúltima glaciación. En las faldas de Santa Ana, cerro inmemorial de una divinidad presuntamente extraterrestre, los artesanos de los que hoy es heredero Virgilio Vizcaíno, encontraron una forma absoluta con la que hacer cacharros.                      
 
El comercio primigenio de seres tan valiosos, lo llevó a todas partes. Reto a cualquiera a que me discuta que los campaniformes no empezaron en las laderas de las sierras de Puertollano y Calatrava.

Con el paso del tiempo, eras y centurias, estas márgenes del Ojailén se sometieron a invasiones (o migraciones) de otras culturas posteriores. Se organizaron mercados (o lo que fueran entonces) en los que intercambiar sabidurías posibles. Y se encontró el futuro, que ahora es pasado o presente, para escribir historias y leyendas.

Todo fue un año nuevo, una vez traspasado el solsticio de invierno para pedir a los duendes de la naturaleza un futuro menos irascible que los del hielo y la ventisca. Nos hicimos promiscuos y procaces, para suplir con un poco de placer tanta guerrilla inmemorial. Y comenzó la vida que aun vivimos.

Un enero cualquiera, hace más de veinticuatro siglos, los pobladores de antiguos monumentos de piedra en las montañas próximas, grabaron en sus rocas sagradas signos y mensajes que todavía no podemos entender. Pero en algunas de esas narraciones esculpidas en las cuarcitas armoricanas de los alrededores, entiendo unas palabras que no quieren decir más que feliz año nuevo, con deseos de prosperidad y suerte, que es lo que seguimos esperando para todas aquellas personas que nos importan. Incluso para las que no significan nada para nosotras y nosotros.
 
La costumbre eterna de intercambiar metales amalgamados de cobre y estaño por otras vasijas mucho más oportunas si no había enfrentamientos armados, difundió esta cultura meramente alfarera por todo el continente.
 
Salud y suerte, felicidad a todo el mundo, dentro de lo posible.
Imagen: Puente natural de Puertollanos. verpueblos.es
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