En Puertollano, cuyos ecos ancestrales recuerdan las sirenas fatídicas y las banderas a media asta, hemos vuelto a celebrar, homenajear y rendir culto a toda una historia de cuenca hullera y barriadas desiertas por el paso de los siglos. Somos carboneros, hijos de santa Bárbara, que cada 4 de diciembre reclama un tributo en forma de barrenos (hoy cohetes) que ya no dejan marcas en las cuarcitas armoricanas del cerro inmemorial de la madre de la Virgen y que nos siguen traumatizando a quienes, en un número enorme de personas, tenemos mineros caídos por el fragor del grisú o por la silicosis que ha destrozado sistemas respiratorios y familias enteras.
Un año más, antes de que la Constitución y la Purísima se desesperen por no hacer un puente largo que disfruten obreras y obreros en cualquier centro de producción, el monumento de bronce formidable que Pepe Noja, con los dineros de la población puertollanense, recibió coronas y ramos de flores para intentar aplacar a dioses antiguos y diosas tremendas bautizadas con nomenclatura cristiana.
El monte sagrado de Ana, la diosa, la madre, la virgen ancestral, la adorada desde diez mil años antes del nacimiento de Cristo, obtuvo las ofrendas de consistorio, empresas, minas y centrales eléctricas cerradas, ignorando que todos queríamos verla escrita en el cielo, con el papel de los contratos y las sentencias judiciales que condenan a muerte los contratos laborales por una simple baja y el agua bendita que está lloviendo, después de tres años y medio, para anegar antiguas galerías y olivares recientes.
Estas son las fotos que Mario Sánchez Peco ha querido rendir como pleitesía a diosa tan ufana de reclamar dinamita y tormenta para seguir siendo la que manda en el endeble porvenir de los seres humanos de esta tierra.
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